saintPetersburg

San Petersburgo

La joya de Pedro el Grande

San Petersburgo es una una de las ciudades más grandes de Europa, hoy la segunda ciudad más poblada de Rusia. Fue la capital del imperio ruso por más de 200 años. Conocida como la ciudad de los tres nombres, coloquialmente los peterburgueses y rusos en general llaman a esta metrópolis Peterburg o de manera aún más familiar Píter. El centro de la ciudad, junto a monumentos en sus alrededores, son considerados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1990.

Tres han sido las ciudades más importantes para la historia de Rusia. Kiev, la ciudad madre, Moscú, el corazón y San Petersburgo, su cabeza. Situada en el noroeste del país, en la costa del mar Báltico, San Petersburgo siempre ha tenido una importancia estratégica para Rusia. Imaginada, ideada y creada por el Zar Pedro el Grande, es para muchos la ciudad más bella de Rusia y la que representa el apogeo de la Rusia imperial. 

La joya del Neva, como también es conocida, es la ciudad que enlaza a Rusia con Occidente. Es el bastión de la Rusia europea y occidental, cuya contraparte es Moscú como la ciudad que representa a la Rusia eslava y asiática. 

Para entender su origen es necesario adentrarse en uno de los reinados más importantes para la historia de Rusia, el del Zar Pedro el Grande de la Dinastía Romanov. Hijo del zar Alejo I, Pedro gobernó desde 1682 hasta su muerte en 1725 y durante su reinado se vivió una las épocas de mayor esplendor en Rusia. 

Fue proclamado como el zar de todas las Rusias, y con sus reformas logró transformar a la Rusia Moscovita en una de las principales potencias europeas. Desarrolló la industria, el comercio, la educación y las ciencias, reorganizó el Ejercito y la Armada. Todo de acuerdo a lo que vio en los años en los que viajó y estudió en Europa. 

Pedro no sentía mayor apreció por Moscú ni por su nobleza. Por ello uno de las reformas por él emprendidas significó un cambio en el estilo de vida de la sociedad rusa. Mandó a la nobleza a cortar los abrigos, las barbas y el pelo, símbolos tradicionales de los viejos boyardos, principales nobles de Moscovia. Ordenó, por el contrario usar pelucas y tacos altos, muy al estilo de la Europa de entonces. 

Amplió las fronteras del imperio enormemente. Sin embargo, a fines del siglo XVII, Rusia no contaba durante la mayor parte del año con una sálida viable hacia el mar, lo que limitaba su poder y su crecimiento económico. Pedro lo sabía, por ello el sueño del joven zar, era corregir esta situación y conseguir así la supremacía marítima rusa. 

La pregunta era por dónde lograrlo, por el Mar Negro o por el Báltico. Dado que no podía hacerlo hacía el sur ya que había firmado la paz con el Imperio Otomano que controlaba el acceso al Mar Negro, Pedro apuntó en dirección contraria, hacia el Báltico, controlado por Suecia desde medio siglo antes.  

Por esa razón el zar decidió involucrarse en la Guerra del Norte y declaró la guerra a Suecia. Su primer intento contra el rey Carlos XII terminó en el desastre de la Batalla de Narva de 1700. Pero su creencia de que lo imposible podía ocurrir lo hizo seguir adelante. El historiador británico Orlando Figues en su obra El Baile de Natasha, relata que en una neblinosa mañana de la primavera de 1703 “una docena de jinetes rusos cabalgaban por las desoladas y yermas tierras pantanosas donde del río Neva desemboca en el mar Báltico. Estaban buscando un sitio donde construir una fortaleza contra los suecos. (…) para el Zar que encabezaba esa pequeña tropa de exploradores, la visión de aquel río ancho y lleno de recodos que desembocaba en el océano era una promesa y una esperanza. Desmontó su caballo. Con su bayoneta, cortó dos tiras de turba y las dispuso en forma de cruz sobre el suelo pantanoso. Entonces, él, Pedro, dijo: aquí habrá una ciudad”. 

Y así fue, pero pocos lugares podrían haber sido más inadecuados para levantar una gran metrópolis: pantanos, marismas, bruma, nieve, animales feroces y un río que se helaba casi la mitad del año hacían del terreno un lugar no apto para ser habitado por los hombres. Sin embargo, la voluntad férrea de Pedro hizo que, tras algunos triunfos sobre los suecos, decidiera levantar inmediatamente una fortificación en la pequeña isla Záyachi. Se inició así la construcción de la fortaleza de Pedro y Pablo. El hecho se considera el acto de fundación de San Petersburgo, en mayo de 1703. Pedro la bautizó como la ciudad de San Pedro, en honor del apóstol, su santo patrono. Pero lo hizo a la manera holandesa y alemana, rechanzando el de Petrogrado.  

La ciudad se construyó con un ritmo vertiginoso para la época. Pedro se inspiró en Venecia y en Amsterdam para la creación de la ciudad promoviendo la construcción de canales en las calles. Hizo traer a arquitectos e ingenieros franceses, alemanes e italianos como Doménico Trezzini, los que se involucraronen en el desarrrollo y construcción de la ciudad, uno de los núcleos urbanos más espléndidos y armoniosos de Europa.

Una enorme fuerza laboral de siervos fue traída desde todos los rincones del imperio. La cuota anual llegó a ser de 40.000 hombres que se trasladaban sólo con sus pertenencias para trabajar en hacer realidad el sueño del zar. Llegaban ahí a pasar hambre, frío y vivir en condiciones extremas muriendo gran catidad de ellos. Se calcula que la mortalidad entre los trabajadores en ocasiones alcanzaba incluso el 50 %.

Mientras se construía, los siervos encontraban agua a poco más de un metro de profundidad, por ello la ciudad y sus cimientos se contruían arrojando a los pantanos troncos y basura. Pero pese a los inconvenientes del lugar, el zar decidió seguir adelante con su empresa. La necesidad de maderas y piedras para crear cimientos sólidos lo llevaron a tomar medidas urgentes. Mandó traer madera de la región del Ládoga y de Nóvgorod. Y dio ódenes para conseguir las piedras para las edificaciones a cualquier precio. Estipuló, cuotas que debía aportar todo aquel que quisera comerciar en la naciente ciudad y luego prohibió que se construyera en Moscú y más tarde en cualquier parte del imperio con este material. Todo el esfuerzo y recursos del Imperio debían estar al sevicio de la creación de Pedro. 

A pesar de las dificultades, Pedro la hizo realidad. La imaginación popular hizo creer a los rusos de que la ciudad tenía un plan celestial. Pedro la había construido en el cielo y luego la había hecho desdender al suelo. 

Rápidamente se construyeron un gran número conjuntos de arquitectura barroca y neoclásica y se iniciaron las obras de un astillero, el Almirantazgo, que luego se convertiría en el cuartel general de la armada rusa. En 1712 la ciudad ya estaba lista para convertirse en capital del Imperio, lo que no gustó a los más tradicionalistas de la Iglesia ortodoxa rusa. Moscú era la capital patriarcal, símbolo de la Santa Rusia, la Tercera Roma. 

La ciudad había tenido un crecimiento asombroso, hasta el punto que tenía cerca de 34.000 habitantes cuando Pedro la declaró capital del Imperio, medida que contribuyó aún más a su florecimiento. Alemanes, finlandeses, suecos, armenios, tártaros y representantes de muchas otras nacionalidades comenzaron a establecerse ahí desde principios del siglo XVIII.

Ese mismo año, Pedro ordenó la construcción a orillas del Neva del Palacio de Invierno, icono de la ciudad que ha sido reedificado en diversas ocasiones a lo largo de la historia. El actual cuenta con unas 1.100 habitaciones y forma parte del céntrico museo, el famosísimo Hermitage.

Pero Pedro muere en 1725 a los 52 años, antes de ver el mayor esplendor de la ciudad y sus restos descansan hoy en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Un poco más de un siglo después uno de los más grandes poestas rusos y creador de la literatura rusa moderna, Aleksander Pushkin, escribirá “El Jinete de Bronce” donde dirá de Pedro el Grande, como una especie de profecía a posteriori: “Y pensaba: Desde aquí amenazaremos a los suecos. Aquí se edificará una ciudad que encolerizará a nuestro altivo vecino. Aquí la naturaleza nos ordena abrir una ventana sobre Europa”.

Y efectivamente San Petersburgo será aquella ventana, y no sólo eso. Será, en plabras de Orlando Figues, una puerta abierta a través de la cual Europa entraba en Rusia y los rusos entraban en el mundo. Ser ciudadano de San Petersburgo significaba dejar atrás las costumbres atrasadas del pasado ruso de Moscú y entrar, como ruso europeo, al mundo moderno occidental.  

Pedro falleció sin dejar un heredero digno y fuerte, una de las páginas más oscuras de su reinado. Tras su muerte le sucedieron una serie de reinados débiles hasta la coronación de la emperatriz Catalina II la Grande. Princesa alemana de nacimiento, sucedió en el trono a su marido Pedro II, sobrino de Pedro el Grande. Ávida de poder hizo todo lo posible por parecer rusa pura, aprendió el idioma, se convirtió a la fe ortodoxa y no tuvo dudas de que el destino de Rusia, estaba absulotamente ligado al suyo. Su misión era acercar a Rusia al resto del mundo y lograr la gloria de aquel país en el que Dios la había puesto.  

Catalina expandió ampliamente el imperio. A expensas del Imperio Turco logró cumplir el otro sueño de Pedro el Grande, al dominar los puertos del Mar Negro en 1783 cuando ocupa y anexiona Crimea deponiendo a su último Khan, Sagin Giray. La  Gubernia rusa de Táurida transformó a Rusia en una potencia meridional.

Desde San Petersburgo, Catalina siguió con atención las novedades parisinas y se transformó en protectora de ilustrados e intelectuales franceses quienes dominaban la vida artística y cultural del momento. La metropoli se transformó en una ciudad ilustrada y Catalina contribuyó mucho al embellecimiento de la ciudad. 

Ansiosa de obtener legitimidad a los ojos del pueblo y ser relacionada con la figura de Pedro ordenó la construcción de una estatua en bronce como forma de homenajearlo. Por consejo de Denis Diderot con quien Catalina intercambiaba correspondencia encargó al escultor francés Étienne-Maurice Falconet la creación de la obra. El Jinete o Caballero de Bronce, que recibe este nombre por la influencia del poema homónimo de Pushkin lleva la inscripción “Catalina Segunda a Pedro Primero, 1782”.

A pesar de la difícil situación financiera, la emperatriz gastó sus últimos años y casi sus últimos rublos en fundar el mueso de El Hermitage y dotarlo de valiosísimas obras de arte y en construir pretenciosos y majestuosos palacios, la mayoria para sus favoritos. El Palacio Táuride, para el artífice de la anexión de Crimea, Grirori Potemkin. Gatchina a 45 km de San Petersburgo, para el Conde Grigori Orlov. Y Tsarskoe Selo, en las inmediaciones de la capital. Hoy Pushkin, en honor al poeta quien estudió en el Liceo de la ciudad, contruído en 1811 por órdenes del Zar Alejandro I. 

Con los reinados de los sucesores de Pedro y Catalina se construyeron en la ciudad el resto de los que hoy son sus principales atractivos turísticos. Con ello, San Petersburgo se convirtió en el centro político, cultural, científico, comercial e industrial de Rusia.  Y Rusia en una de las potencias hegemónicas de Europa. 

El zar Alejandro I, nieto favorito de Catalina, será el salvador de Europa al triunfar sobre Napoleón y ser protagonista del Congreso de Viena. Pero al interior del Imperio la situación emperoraba, la posibilidad de perder la soberanía nacional había generado una heroíca lucha del pueblo ruso contra los invasores franceses, una Guerra Patria, pero a su regreso se encontraron con que la autocracia, la servidumbre y la politica de Alejandro se volvía cada vez más autoritaria. 

San Petersburgo será el lugar donde comiencen a manifestarse los primeros síntomas de descontento. Tras la muerte de Alejandro en 1825, un grupo de jóvenes liberales rusos, que venían soñando con cambios, creen que ha llegado el momento de llevar a cabo una serie de reformas tendientes a establecer un tipo de monarquía que consagre sus aspiraciones más democráticas. 

El zar había muerto sin hijos, y le corresponde al gran duque Constantino ocupar el poder. Las sociedades secretas lo apoyan, sin saber que Constantino, en ese momento en Varsovia, había renunciado al poder en favor del tercer hermano, el gran duque Nicolás. Mientras se dilucidaba la sucesión entre los dos hermanos, los rebeldes aprovecharon la situación para organizar una insurrección con el fin de restringir e incluso derrocar la autocracia. Los sublevados tomaron la Plaza del Senado en San Petersburgo, hoy Plaza Decembrista. El resultado será la Revolución Decembrista de diciembre de 1825, la que será duramente sofocada por el nuevo Zar Nicolás.

San Petersburgo se transforma así en el lugar de fermentación de los movimientos revolucionarios, que poco a poco serán protagonistas de la historia rusa en la medida que nos acercamos al siglo XX. No sin antes ser la ciudad en la que es asesinado el Zar Alejandro II, víctima de un atentado. 

Alejandro había iniciado una serie de reformas que llegaron demasiado tarde. El 13 de marzo de 1881 el zar se dirigió al Cuartel de la Manege en San Petersburgo para revisar los regimientos de la Guardia de Infantería cuando es alcanzado por un explosivo que le destruyó ambas piernas y horas más tarde le provocó la muerte. Alejandro murió rodeado de los miembros de la familia Románov, uno de ellos su nieto de trece años de edad, el que luego sería Nicolás II, último zar de Rusia. 

En el lugar exacto del atentado, se erigió en 1883 una catedral por orden de Alejandro III en homenaje a Alejandro II. Ubicada a orillas del canal Griboedov, la Catedral de la Sangre Derramada es el típico ejemplo de la llamada arquitectura al estilo ruso. Nueve cúpulas, algunas doradas y otras esmaltadas, con una altura de 81 metros la más alta, su construcción demoró mas de 20 años, siendo finalizada recién en 1907.

 A raíz de lo ocurrido Alejandro III refuerza aun más la autocracia, mientras San Petersburgo crece y se transforma en la cuna cultural de Rusia, inspiración de poetas, artistas, músicos y escritores. Pero aumenta también su industrialización, y con ello la mano de obra que verá como empeoran sus condiciones de trabajo y forma de vida. Los intelectuales emigran a Europa para evitar la persecución y entran en contacto con las ideas de Marx.

En San Petersburgo se gestaron las dos grandes revoluciones del Siglo XX. La de 1905 que limitó el poder de los zares y estableció la Duma. Y la de 1917 que puso fin al régimen zarista, exterminó a los últimos representantes de la dinastía Romanov y finalizó en la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS.

A comienzos del siglo XX el descontento era generalizado. Rusia se había transformado en el caldo de cultivo necesario para la revolución. La ineficacia del zar se reflejó abruptamente en 1905 cuando Japón derrota a la que se consideraba una gran potencia europea. Y luego cuando una protesta pacífica en San Petersburgo que pretendía entregar al zar una petición de mejoras salariales, terminó siendo violentamente reprimida frente al palacio de invierno.

Los intentos posteriores de otorgar mayores libertades, no fueron suficientes porque el tiempo para la Rusia de los Zares se acercaba a su fin. En 1914 estalla la I Guerra Mundial. El Zar Nicolás II no quiso dejar pasar la oportunidad de ser protagonista junto a las demás potencias europeas. Alrededor de 15 millones de soldados mal armados y poco abastecidos fueron enviados al frente de batalla dirigidos por el propio Zar. Dejando el mando del gobierno en San Petersburgo en manos de la Zarina Alejandra, quien estaba fuertemente influenciada por el monje Grigori Rasputín quien había llegado a vivir y a encandilar a la sociedad peterburguesa en 1903. 

Al empezar la guerra, la capital del Imperio cambió su nombre de San Petersburgo, por sus evidentes resonancias alemanas, a Petrogrado, de contundentes raíces rusas y mucho más patriótico para el juicio de las autoriades de entonces. 

El soviet de San Petersburgo será el motor principal de la agitación revolucionaria. Con el estallido de la revolución en 1917 la ciudad se convierte en el centro de la rebelión que provoca la caida del régimen del zar. Luego, tras una efímera experiencia liberal, el líder bolchevique Vladimir Ilich Ulianov, Lenin liderará el golpe de Estado en San Petesburgo contra el gobierno provisional de Kerensky. Y bajo la promesa de “Paz, Tierra y Pan” en octubre de 1917 triunfa la primera revolución comunista de la historia. 

Una de las primeras medidas del régimen será en marzo de 1918 trasladar la capital nuevamente, y luego de 200 años, a Moscú. El Ejército Rojo organizado bajo la férrea disciplina de León Trotsky puso fin a la guerra civil entre blancos y rojos el 25 de octubre de 1922. Nace la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dos años más tarde, en 1924, ante la muerte de Lenin la ciudad de San Petersburgo cambió nuevamente su nombre por el de Leningrado, en honor al líder de la revolución. Y así permanecerá por años.  

La ciudad de Petrogrado primero y Leningrado después, sobrevivió a las dos  revoluciones, a la I Guerra Mundial, a la creación de URSS, a la pérdida de la capitalidad, a las matanzas comunistas y las purgas de Josif Stalin. Pero, sin lugar a dudas, el pasaje más dramático y traumático fue la II Guerra Mundial, cuando la ciudad fue sitiada por las fuerzas armadas de la Alemania nazi durante 29 meses, quienes la bombardearon constantemente y la bloquearon para que no pudiera abastecerse. 

La metropoli sobrevivió y tras la derrota de Alemania en 1945, la ciudad fue nombrada Ciudad Heróica por las autoridades soviéticas. Tras el fin de la guerra se iniciaron las labores de reconstrucción muchas de las cuáles continúan hasta el día de hoy. En 1991, luego del fin de la Unión Soviética y tras un plebiscito, la ciudad volvió a recobrar su nombre: San Petersburgo, para muchos la ciudad más bella de Rusia. 

En esta ciudad:

  • Se encuentra la mayor pinacoteca del mundo, el mueso estatal Del Hermitage. Fundado Catalina II en 1764. La emperatriz era una gran amante del arte, su colección era sorprendente e incluía destacadas obras de arte de artistas famosos como Rembrandt, Rubens, Tiziano, Rafael, Miguel Ángel. Hoy es un conjunto arquitectónico de 6 edificios que incluye el Palacio de Invierno, antigua residencia de los zares. Abrió sus puertas al público en 1852, en tiempos de Nicolás I. El Hermitage atesora más de 3 millones de obras de arte de todo el arte repartidas en  450 salas. 
  • Ahí muere Aleksander Pushkin en 1837, padre y fundador de la literatura rusa moderna. Y considerado por los rusos como el más grande de sus escritores. Otro de los grandes Nikolai Gogol, muerto en 1852 escribió varios de sus más famsos  cuentos inspirado en la ciudad de San petersbrugo. A la ciudad llegará a vivir, escribir y morir en 1881 Fiodor Dostoyevski, uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Ahí transcurre su obra Crimen y Castigo reflejo la vida y las costumbres de San Petersburgo.
  • En San Petersburgo triunfó y murió en 1840 uno de los más grandes compositores de todos los tiempos Piotr Ilich Tchaikovski. Sus clásicos como El Lago de los Cisnes o El Cascanueces se encuentran dentro de las obras de música clásica más famosas del mundo. 
  • En la ciudad se encuentra el mundialmente famoso Teatro Mariinsky. Construido inicialmente en 1783 bajo el reinado de Catalina II, pero que en aquel entonces se llamaba el Gran Teatro, ha sobrevivido a varios incendios y ha sido reconstruido y renovado varias veces, hasta que en 1848, un nuevo edificio fue construido en la Plaza del Teatro. Es sede del célebre Ballet Mariinski.
  • La Venecia del Norte, como también es conocida, es una ciudad rodeada de agua. Además del río Neva, recorren la ciudad el río Fontanka, el río Bolshaya Nevka, el río Moyka y otros ríos más pequeños. En la ciudad hay más de un centenar de lagos y lagunas y tiene un total de 800 puentes, 218 de ellos son peatonales. 
  • La Catedral de San Isaac, la de la cúpula dorada, está ubicada en la plaza del mismo nombre. Ahí se encuentran también edificios de gobierno, entre ellos el edificio de la Asamblea Legislativa y el Palacio Mariinsky. La catedral fue construida en honor a San Isaac de Dalamcia en el años 1858. Diseñada por Auguste Montferrand, su cúpula tiene una altura de 101 metros. En 1928 la catedral fue cerrada y sirvió como un museo antireligioso. Durante la II Guerra Mundial sufrió graves daños. Pero fue renovada y hoy luce nuevamente majestuosa y hermosa. Recién en el año 1992 se volvieron a realizar servicios religiosos en la catedral.

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