cuadernos

Cuaderno de viaje de Villard de Honncourts

Villard de Honnecourt es un arquitecto viajero de la Europa del siglo XIII, en la precisa época de la eclosión de las grandes catedrales que poblaron Francia y Europa después, que va registrando sus observaciones en un cuaderno único donde se han conservado los estados precisos de construcción y los proyectos de lo que iban a ser esas magníficas construcciones que son las catedrales.

He querido presentar este artículo a fin de establecer algunas estrechas relaciones de tipo vivencial y profesional que me unen a un viejo arquitecto viajero del siglo XIII. La impúdica razón que me motiva, es que pude reconstruir un trayecto considerable de un viaje de tipo iniciático que realizó un hombre formidable, pero prácticamente desconocido entre los propios arquitectos, en plena época de la masiva eclosión del furor constructivo de las viejas catedrales del gótico clásico, y que hoy pueblan Europa. Hoy, 800 años después, pude realizar gran parte del trayecto de la ruta de las catedrales hecho por Villard durante los años 2006, 2007 y 2008, mientras hacía mi doctorado por esas tierras. Es recién este último año cuando cae en mis manos el cuaderno completo de Villard, con sus apuntes de viaje traducidos, que antes sólo había podido mirar parcialmente a través de reproducciones bastante mediatizadas en distintos libros de arquitectura. Al contemplar sus estupendos dibujos y observaciones, es que comencé a reparar en las similitudes de la mirada, y como él registró elementos por medio del dibujo, que a mí también me habían llamado poderosamente la atención, y que a su vez había registrado con mi cámara fotográfica. Ambos viajes son distintos en tanto a medios y tiempo, pero en un espacio y espíritu que nos hermanaba.

Villard de Honnecourt registraba planos y levantamientos plagados de minuciosas observaciones, para tal vez construir en algún momento una summa arquitectónica sobre el arte de levantar catedrales y otras construcciones. Yo, a su vez registraba cuidadosamente, a distintas horas del día, cada catedral, cada programa escultórico y cada programa iconográfico de sus vitrales para poder traerme a extremo occidente, de algún modo, una exigua porción de esas portentosas y embriagantes obras arquitectónicas para poder contemplarlas, analizarlas y discutirlas con mis estudiantes y futuros arquitectos, en clases de Historia y Teoría de la Arquitectura. Había algo de íntimo en mi experiencia que compartía con el viejo Villard. Esto era precisamente el hecho de que las catedrales, a diferencia de casi cualquier otro tipo de monumentos, son organismos completamente vivos y participan de modo elocuente y activo en la vida de sus ciudades, con muchas de sus funciones originales, manteniendo una asombrosa solución de continuidad hasta aún hoy en día, proyectando una fuerza e irradiando una vitalidad que las hace demasiado únicas, como para pasar a formar parte del disecado panteón de obras de mundos ignotos; entiéndase por estas ruinas, reutilizaciones, puestas en valor, resemantizaciones, fachadas históricas, reacondicionamientos, etc. No es que ignore el valor de estas operaciones arquitectónicas, sencillamente es poder apreciar el inmenso valor de la obra arquitectónica en cuanto a su fidelidad a los propósitos originales.

Portada Real de la Catedral de Chartres 

Es así que el cuaderno de viaje de Villard de Honnecourt, que data de comienzo del siglo XIII, constituye un documento verdaderamente único y extraordinario por el valor de testimonio excepcional sobre el arte, la arquitectura y la ingeniería que intenta compendiar este personaje, especie de precursor que se anticipa en más de doscientos años a la actitud de personalidades tan vigorosas y espectaculares como Leonardo Da Vinci en el siglo XV y comienzos del XVI. Este documento está conservado actualmente en la Biblioteca Nacional de París en el departamento de Manuscritos (Fondos Franceses, 19093), ya que antes estuvo en la importante biblioteca del Monasterio de Saint-Germain-des-Prés en París. También sabemos que el manuscrito ha llegado hasta nosotros mutilado, pues está registrado que hasta el siglo XV tenía 41 folios. Aunque algunos autores creen que llegó a tener 62 folios. Actualmente sólo se conservan 33, lo cual nos obliga a ser prudentes sobre cualquier interpretación posible.
Villard de Honnecourt fue un arquitecto viajero que recorrió el norte y este de Europa en la época en que se erigían las grandes catedrales en la época dorada del estilo gótico, donde se levantan Notre Dame de París, Chartres, Amiens, Reims, Beauvais, Bourges, San Denis, Rouen y tantas otras por el resto de Europa como Westminster, Colonia, Estrasburgo y Upsala, pero donde ya se habían levantado los primeros ensayos góticos como Senlis, Laon y Noyon. Aunque son muchas las sutilezas a las que nos podríamos referir sobre este extraordinario documento, lo primero es la intención declarada por el propio autor, quien nos dice: “…en este libro encontraréis gran ayuda en la albañilería y en las máquinas de carpintería, lo mismo que en el retrato, los dibujos, tal como el arte de la geometría lo manda y enseña”, por lo tanto estaríamos frente a un manual de carácter técnico destinados a los artesanos dedicados a la construcción de catedrales y otras obras de arquitectura, como así al arte de la escultura y el dibujo, y cómo participa la geometría en su elaboración. Podríamos decir que los textos y láminas que nos sobreviven carecen de cualquier alusión al arte de los vitrales, que con toda seguridad Villard vio en su paso por Chartres ejemplos insuperables, como el de la Notre-Dame-de-la-Belle-Verriére; pero eso no lo registra. Es a sus aspectos constructivos, a la tectónica del edificio, donde Villard concentra todo su talento observador y su envidiable capacidad de registro.

Interior de la Catedral de Reims

Por otro lado podemos observar que, al parecer, saca apuntes y croquis de detalles arquitectónicos que aún se encuentran en fase de estudio y no construidos, como observamos en el rosetón occidental de la fachada de la Catedral de Chartres, principalmente levantada entre el 1195 al 1220. Por lo que podemos elucubrar que este arquitecto viajero tuvo acceso a los planos ejecutados en pergaminos, o aun en superficies vaciadas en yeso, incluso podríamos aventurar que pudo, eventualmente, discutir con los arquitectos de la catedral. Lo que sí podemos afirmar es que la solución final es bastante más adecuada y estable que la frágil  estructura que nos presenta Villard en su cuaderno, donde las estructuras de los rosetones periféricos menores apenas se unen con el rosetón central del gran rosetón, lo que indudablemente podría comprometer la estabilidad de toda esta delicada estructura. Otro elemento que llama poderosamente la atención, es la capacidad de observación en un detalle que seguramente pasaría inadvertido en gran cantidad de visitantes. Nos referimos a la elevación interior que Villard hace -aunque no sin cierta exageración- de la Catedral de Reims (1211-1260), donde la columnilla central del triforio es visiblemente más gruesa que el resto, al parecer, sutileza del arquitecto constructor, para dar continuidad a la columna que divide las amplias ventanas tanto superiores como inferiores. Este detalle no se le escapó al célebre teórico del arte y la arquitectura Erwin Panofsky, que lo explica en términos de una reacción contra el horizontalismo extremo, para en cambio, acentuar su verticalidad. Lo importante, en todo caso, para nosotros, es que Villard lo hace conscientemente más grueso para que a quienes iba dirigidos, ese detalle no se les pasara por alto.

Una tercera observación la constituye el registro de los bueyes de las torres de la fachada occidental de la catedral de Laon (1160- 1220), donde el Villard declara en sus Cuadernos: “He viajado por numerosas tierras, como podréis constatar por este libro; y en ningún otro lugar vi una torre como la de Laon. Veamos su primera altura, con las primeras ventanas. En esta altura, la torre está rodeada de ocho caras, las cuatro torrecillas son cuadradas, (apoyándose) sobre triples columnas, a continuación vienen las semitorrecillas de ocho columnas, y entre dos columnas hay unbuey…”. De verdad que las torres de esta Catedral del gótico primitivo son impresionantes, poseen una potente imagen no sólo dado por la particular articulación y dinamismo de sus elementos constructivos, sino que también por que la coronan 16 colosales bueyes, que según las leyendas fueron inmortalizados allí por su trabajo duro e incesante durante tantos años trayendo piedras de la cantera a los pies de la catedral como devotos cristianos.

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