Al hablar de África se nos viene a la mente hambre, miseria, pobreza. Pensamos también en crueles luchas tribales, nativos hostiles, en gobernantes sanguinarios, en peligro, en muerte. Nuestra mente occidental a veces no nos permite aceptar a otras culturas diferentes y respetarlas por lo que son. Es cierto que los propios Áfricanos tienen su parte de responsabilidad en la situación que se vive actualmente en casi todos sus países, pero afrontando los hechos con honestidad debemos asumir que desde el momento en que los países europeos se interesaron por África y ocuparon el territorio, fue el comienzo de un horror sin límites.
Ese interés del mundo occidental por África fue netamente comercial, la ambición, la avaricia y el ansia de riquezas llevaron a los europeos a saquear y ocupar esas tierras, ocupación que culminó muchos años después en la Conferencia de Berlín de 1884 con la repartición absoluta del “botín”, excepto Liberia y Etiopía, ignorando todos los derechos de los habitantes naturales a pesar que trataban de convencer al mundo que actuaban en África por causa de la paz y de la humanidad. Y así lo proclamaron en esta Conferencia aunque sabemos que no tenían en mente ningún propósito altruista.
La Conferencia de Berlín convocada por Francia y Alemania se realizó entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 y las naciones que estuvieron presentes fueron: Bélgica, Francia, Dinamarca, España, Alemania, Austria, Hungría,Gran Bretaña, Holanda, Italia, Portugal, Suecia, Noruega y Turquía con la total ausencia de algún país Áfricano. Bismark abrió la sesión y aceptó la presidencia diciendo en su discurso que el propósito de la conferencia era promover la civilización de los Áfricanos abriendo el interior del continente al comercio.
Hasta el siglo XVIII los europeos ignoraban absolutamente todo del interior de África y no demostraban mucho interés por conocerlo por temor a las enfermedades, a las tribus hostiles, a lo desconocido En esos años África Negra era para Europa un continente misterioso y más aún un continente peligroso Desde hacía mucho tiempo gozaban de sus riquezas pero no tenían motivos para exponerse y adentrarse en esas tierras oscuras. Incursionaban en las costas practicando el rentable comercio del tráfico de esclavos. Una fuente inagotable de demanda fueron las colonias europeas del Nuevo Mundo que necesitaban mano de obra esclava para trabajar en las plantaciones.
Durante ese siglo se dice que entre siete y diez millones de esclavos fueron transportados a las costas de América. Los portugueses eran los principales negreros de la cuenca del Congo pero también los daneses, franceses y holandeses hacían grandes ganancias con este comercio. Pero fue la Gran Bretaña Imperial la que dominó ampliamente en este lucrativo negocio. De las crueldades a las que fueron sometidos los esclavos hay una muy nutrida literatura y es inconcebible pensar que seres humanos “civilizados” fueran capaces de tanta crueldad. Para los europeos, los negros no eran personas, estaban a la altura de los animales.
Georges Cuvier un gran naturalista de su época dijo de la raza negra:” La prominencia de la parte inferior del rostro y el grosor de los labios lo aproximan a todas luces a la familia de los simios; y las hordas que la componen han permanecido siempre en el estado de la más absoluta barbarie”
La exhibición de negros Áfricanos fue una práctica muy popular en las grandes ciudades de Europa. Allí, como si fueran animales de circo eran exhibidos ante miles de espectadores que mostraban una morbosa curiosidad por verlos, se reían de ellos y les arrojaban alimentos
Si mencionamos hace un momento que Gran Bretaña fue quién más usufructuó del tráfico de esclavos, quizás por eso fue la primera en alzar voces para acabar con tal signo de barbarie. Recordemos además que el siglo XVIII fue la época de las Luces, el siglo de la Ilustración y surgieron con Rousseau, Voltaire, Monstesquieu, Hume, los conceptos de Derechos del Hombre, del Buen Salvaje, movimientos como el Humanismo y eventos tales como la Revolución Francesa. Escritores y filósofos comenzaron a atacar la esclavitud. En los primeros años del siglo XIX ésta prácticamente desapareció, por lo menos en teoría, ya que en la práctica muchos siguieron a escondidas con este comercio y cientos de miles de Áfricanos fueron todavía presa de la codicia de los negreros.
Pero a partir del momento en que el blanco incursiona hacia el interior del continente, el saqueo de África está verdaderamente comenzando. La ambición va a llevar a límites insospechados y la explotación humana no va a decaer. Los negros siguen siendo para los colonizadores sólo una herramienta necesaria para lograr los objetivos
África se ha convertido en un imán irresistible que atrae a mucho tipo de gente de todo tipo y calaña: desde el misionero con buenas intenciones hasta el más codicioso y cruel traficante de marfil, pasando por el aventurero, el cazador y el buscador de oro.
El Corazón de las Tinieblas
En 1902 un gran escritor, Joseph Conrad publica un cuento, El Corazón de las Tinieblas”, una crítica feroz al colonialismo que denuncia las atrocidades que se cometen con los negros y que comienza a abrir los ojos del mundo. La historia transcurre primero en una de las estaciones de la compañía y luego en las aguas de un gran río Áfricano, el Congo. Conrad pinta de forma estremecedora toda la situación que se vivía alrededor del tráfico de marfil, la explotación de los negros llevada al límite, las condiciones miserables de estos esclavos que morían como moscas sin importarle a nadie ya que eran inmediatamente reemplazados por otros. El escritor Jorge Luis Borges lo seleccionó entre los diez cuentos memorables porque está escrito en forma magnífica, pero además de su calidad literaria, el autor se mete en las profundidades del alma humana y nos trasmite todo el horror que puede desencadenar el accionar del hombre. Muchos escritores y artistas han tratado de diversas maneras el tema de este libro que además sirvió de inspiración a Francis F. Coppola para su película Apocalypse Now.
La novela apareció en Inglaterra en un momento en que el mundo europeo comenzaba a conocer las atrocidades que se cometían en el Estado Libre del Congo, propiedad del soberano belga, Leopoldo II. El libro vino a corroborar los ya insistentes rumores que corrían y que poco tiempo después fueron confirmados.
Cuenta la historia de un marinero inglés, Marlow, que viaja por un río en busca de un agente europeo, Kurtz, uno de los mejores y más brillantes hombres que trabaja en una empresa que trafica marfil. Este hombre ejemplar de la compañía, que trabaja en pos del progreso y la civilización, se ha vuelto loco por causa de su trabajo, ha abandonado las instalaciones de la empresa y vive ahora en las profundidades de la selva.
En el relato se mezclan los indígenas y colonizadores en un mismo caos y desesperación, el ritmo es lento y opresivo;”Morían lentamente…eso estaba claro. No eran enemigos, no eran criminales, no eran nada terrenal, solo sombras negras de enfermedad y agotamiento que yacían confusamente en la tiniebla verdosa”
En esa travesía en busca de Kurtz, tensa, peligrosa, rodeada de caníbales que acechan el paso del barco en la profundidad de las tinieblas, sentimos el silencio, los ruidos, el olor de esa selva misteriosa que guarda los secretos de la degradación, de la codicia, de la vida y de la muerte. El relato tiene ritmo, las palabras se estremecen ante nuestros ojos describiendo todas las sensaciones humanas, haciendo volar la imaginación y el pensamiento Y las tinieblas y el miedo y el calor, y de nuevo las tinieblas, envuelven al lector en una atmósfera densa, húmeda, caliente y oscura.:”Nada podíamos ver mas allá del vapor; veíamos su punta borrosa como si estuviera a punto de disolverse, y una línea brumosa, de quizás dos pies de anchura, a su alrededor. Nada más. El resto del mundo no existía para nuestros ojos y oídos. Aquello era nuestra tierra de nadie, todo se había ido, desaparecido, barrido, sin dejar murmullos ni sombras detrás”
La novela está tan llena de descripciones de dolor, de miseria, de resignación que uno se empapa de esa cadencia y se deja arrastrar, igual que el barco por el río, en una ola de pensamientos oscuros y angustiosos. Se vive esa decadencia humana, ese vacío existencial donde no cabe la esperanza y donde la locura es el único escape a las tinieblas y a la desesperación.. Y eso le pasó a Kurtz, se dejó arrastrar por los instintos más bajos que anidan en el corazón del hombre y que se desataron en contacto con esa realidad que supera cualquier horror. Kurtz se convirtió en un asesino que dominaba a los indígenas por el terror y la muerte. Se rebeló, se escapó de todas las normas que habían regido su vida, no aguantó ese infierno y él mismo fue parte de él:”Por fin lo encontrarán enfermo en una choza cercada de cabezas humanas empaladas, adorado por tribus indígenas a las que subyuga con el terror”
El encuentro con Kurtz es impactante. Está enfermo, no sabemos si se da cuenta del mundo monstruoso en que se ha sumergido. Casi al final, cuando va a morir, dice Marlow:”No he visto nunca nada semejante al cambio que se operó en sus rasgos, y espero no volver a verlo. No es que me conmoviera, estaba fascinado. Era como si se hubiera rasgado un velo. Vi sobre ese rostro de marfil la expresión de sombrío orgullo, de implacable poder, de pavoroso terror…, de una intensa e irredimible desesperación. ¿Volvía a vivir su vida, cada detalle de deseo, tentación y entrega, durante ese momento supremo de total lucidez?. Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro. ¡Ah, el horror!, ¡El horror!”
La novela es en resumen un magnífico relato que pretende abrir los ojos del mundo contra la cruel colonización del África, pero que nos muestra también los abismos profundos y oscuros en que puede caer el hombre cuando pierde los límites de su dignidad; porque el verdadero corazón de las tinieblas es el corazón del hombre.