lobellofeo

Lo Bello y lo Feo

Me he preguntado muchas veces: ¿Por qué es repulsiva la cabeza de un murciélago (por ejemplo: del “vampyrus spectrum”)? Y: ¿Por qué me atraen el rostro y la mirada de un cervatillo (por ejemplo: del “blastócero bezoarticus”)?

Dicho de otro modo: así como, tendido en una playa, me he dejado rodear por blancas gaviotas, ¿Por qué no me dejaría circundar por arañas, escorpiones y culebras? ¿Cuáles son las razones que me hacen rechazar, instintivamente, ciertas formas vivas, como si éstas fueran intrín-secamente contrarias a mi persona, a mi mundo y a mi destino? Desde luego, no es solamente el veneno de la tarántula el hecho que producem en mí el temor y que me convierte en su enemigo. Con el peligro del veneno parecen coincidir la forma y los movimientos del animal; características que, después de sobrecogerme, causan mi estado de vigilancia, si no mi agresividad.

El mal encarnado en los demonios atormenta a la humanidad y asecha para lograr el triunfo de llevarse a las almas fallidas al infierno.

No me estoy refiriendo a la simpatía que cada uno de nosotros experimenta hacia unos u otros valores formales del mundo natural, sino a la antipatía general hacia determinadas estructuras vivas y situaciones que son parte del Universo físico; como, por ejemplo, las oscuras fosas oceánicas, o el estado de putrefacción de un cadáver. No dudaría en afirmar, por el contrario, que los colores del mar, del cielo y de la arena se integran perfectamente con el blanco y el negro de las plumas de la gaviota, y que esta armonía nos dona la experiencia de la luz, de la paz y del infinito. De modo que no podríamos negar que la atracción y el rechazo recíprocos son las dos situaciones que siguen al encuentro entre el sujeto sensible y el objeto percibido. ¿Es esa atracción la señal de que el objeto es hermoso? ¿Es ese rechazo la señal de que el objeto es feo?

Las principales religiones enseñan que Dios ha querido vincular la criatura humana con la belleza, de un modo misterioso y definitivo. ¿Con cuál belleza? Con la Belleza de su Verdad. (San Agustín definió a la Belleza como esplendor de la Verdad, “splendor veritatis”). Esas mismas religiones enseñan que Dios ha puesto en el alma humana una adversión instintiva, y también definitiva, hacia lo feo, El Señor de mi Religión, Jesús, señaló a sus primeros discípulos la belleza de los lirios del campo, como un ejemplo del modo en que Dios, su Padre, nos dona continuamente la Belleza junto con la Vida. Simultáneamente Jesús entregó a los apóstoles “el poder para andar sobre serpientes y escorpiones”, prometiendoles que éstos no les harían daño. (San Mateo, 6,28-29-30, y San Lucas, 10,19).

La Venus de Boticelli ha sido considerada una de las bellezas del arte occidental. Su delicadeza, gracia e ingenuidad la hacen ver como una diosa casta, mas que la diosa del amor lujurioso.

En este segundo texto evangélico (y los hay en otras religiones) el mal coincide con lo feo. Coincidencia que inspiró a innumerables artistas de Occidente y de Oriente cuando se propusieron representar al Infierno. Sin embargo, ¡qué extraño! Si bien Jesús envía a sus discípulos “como corderos en medio de lobos” (San Lucas, 10, 34). El hombre santo no solamente no recibirá daño de la fiera, sino que la convertirá en cordero. Esto es lo que sucedió en el caso de San Francisco de Asís, cuando el Santo transformó al famélico lobo de Gubbio en amigo y protector de los niños, de los ancianos y de las mujeres de aquel pequeño pueblo de Italia. He aquí que la fealdad y la maldad son hechas belleza y bondad.

Esta es la razón por la cual el mismo San Francisco besó en la boca al leproso, y por la cual Santa Catalina de Siena bebió el pus de las llagas de los apestados de su ciudad, en 1368. El amor del Santo (no cualquiera pasión erótica) tiene el poder de revelarnos valores trascendentes que las formas feas (o definidas feas por nosotros) suelen esconder. Y también pueden revelarnos la maldad y la fealdad que, al revés, se suelen disfrazar con formas que consideramos hermosas. De igual modo, el artista es aquel que ha recibido el don de revelar la Belleza, no solamente física, a veces no aparente, del alma humana y del Universo, cuando está lleno del Espíritu de Dios. 

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