Pedro Lira nació en Santiago el 17 de mayo de 1845, en una familia acomodada, y sus padres fueron don Santos Lira y doña Teresa Rencoret. Desde sus primeros años se hizo evidente que Pedro tenía talento para diferentes manifestaciones artísticas, especialmente para la pintura y la poesía.
Lira cursó sus estudios en el Instituto Nacional. Pero el colegio no ocupaba toda su vida: aprovechaba su tiempo libre para pintar. A los 16 años, participó en la exposición de pintura para aficionados organizada por la sociedad de Instrucción de Educación Primaria, donde logró favorables comentarios. Además se inscribió en la Academia que entonces dirigía Alejandro Cicarelli y fue alumno de Antonio Smith.
Estaba seguro de que su vocación era la pintura, pero a su familia la decisión no le agradaba. Don Santos lo presionó para que entrara a estudiar Derecho a la Universidad de Chile, y Pedro aceptó. Mientras cursaba Leyes asistía también a la Academia. Cuando se tituló en 1867, renunció al mundo de la abogacía y optó por el arte. Cuatro años después se casó con Elena Orrego Luco, con quien luego tuvo tres hijos, Alberto, Jorge y Pedro. En 1873, el pintor decidió ampliar sus horizontes culturales en París y conocer directamente las obras de sus artistas favoritos, como Delacroix.
Su educación, influida por el modelo francés, le permitió orientarse en el panorama parisino, y su personalidad cercana al romanticismo lo llevó a inclinarse por un perfeccionamiento, siguiendo los últimos ecos de ese movimiento. Pero en esas décadas finales del siglo europeo era el realismo el que marcaba la tendencia artística y el inquieto pintor rápidamente adquirió algunos rasgos de este movimiento. Luego de 10 años, Pedro Lira volvió definitivamente a Chile en 1882. Con este regreso se inició la etapa que sus estudiosos han considerado “el periodo más fecundo de su carrera como pintor, crítico y maestro”. En esos años Lira se estableció como el referente más importante del panorama artístico nacional, tanto por la calidad de su pintura como por el peso que tuvo su opinión como crítico de arte, además de su activo trabajo por impulsar eventos y políticas que fortalecieran la escena artística nacional.
En sus últimos años el artista continuó, infatigable, influyendo en el panorama cultural chileno con su quehacer artístico. Aunque la diabetes lo tenía bastante mal, el espíritu de Lira conservaba el ímpetu de su juventud. Murió a los 66 años en Santiago, el 20 de abril de 1912, dejando tras de sí un legado fundamental para el arte chileno.