Esta es una revista inútil. Sí, sí, ha leído bien. Es una revista que no sirve para nada, con el agravante de que exige para su lectura una especial concentración, contiene textos arduos que requieren en muchos casos volver a releer algún párrafo, los temas son profundos y de tiempos remotos e incluso se puede encontrar algún texto en latín, todo ello en un mundo marcado por el utilitarismo y el pragmatismo que exalta el valor de lo útil, de lo práctico, en el que triunfan los mensajes cortos, las redes sociales, la abundancia de información, la extensión de la tecnologías, etc. Sí, la revista Red Cultural parece de otra época y me reafirmo en su inutilidad, pero precisamente por eso, (y lo digo otra vez), precisamente por eso, es tremendamente necesaria y no podemos prescindir de ella. No, no podemos.
La sociedad actual está dominada, es fácil entenderlo, por el homo aeconomicus (se lo dije, habría latín), por la primacía de lo práctico. Todo el mundo moderno, desde Descartes en adelante, ha ido absolutizando la práxis sobre la theoría (¡uy, ahora en griego, qué barbaridad!) y ha ido transformando al hombre en un dominador de la naturaleza, la cual aparece solo como fuente de beneficio y riqueza. La exaltación de este modo de entender la realidad es alcanzada por Marx al proclamar aquello de que a los filósofos ya no les tocaba contemplar o pensar el mundo, sino transformarlo (vaya que lo transformó el amigo Carlos, al punto que aparecieron realidades nuevas como el Gulag y otras lindezas). En este contexto aquello que no tenga utilidad, que no sea práctico, que no reporte algún beneficio concreto, carece de valor. Leída así la afirmación inicial sobre esta revista, podría hacer pensar que no es valiosa o que podemos prescindir de ella. Pero ya hemos dicho que es precisamente (y lo dije dos veces, con esta tres), todo lo contrario. Expliquémonos (se pone arduo, le aviso):
Hablando sobre los bienes humanos, sobre aquellas cosas más convenientes para el hombre, Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles (¡qué autores más antiguos que cita este hombre!), afirma que si se considera la razón de bien de forma más elevada y universal, encontramos que puede dividirse el bien en tres tipos. Y esto porque el bien, que es aquello apetecible, es fin de la tendencia del apetito (le advertí que era arduo). De esta manera puede considerarse como bueno, tanto el fin o término del movimiento del apetito, como los medios que permiten conseguirlo. Haciendo la salvedad de que el fin puede considerarse de dos modos: Uno, como aquello a lo que uno se dirige, como puede ser un lugar a una forma; otro, como reposo en aquello a lo que uno se dirige (lea otra vez el párrafo si es necesario). Lo explicamos. Es bueno tanto el vino (si es chileno, mejor y lo he comprobado estando lejos), como el disfrutar de tomárselo. Uno es el término del apetito (vino), otro es el reposo en su posesión (tomárselo). Pues bien, de acuerdo a ello tenemos que lo que es apetecido como medio para conseguir el fin último de la tendencia del apetito, se llama bien útil; y lo que es apetecido como fin último de la tendencia del apetito, se llama bien honesto, porque se llama honesto a aquello que es apetecido por lo que es. Aquello en lo que termina la tendencia del apetito, es decir, la consecución de lo buscado, es el bien deleitable. Bien útil, bien honesto y bien deleitable. El primero es el bien medio, aquel que sirve para otra cosa, aquello que no se quiere por sí mismo, que no está en él la razón de por qué lo queremos, sino que dicha razón está en aquello que el bien útil me da. El medio o instrumento lo amamos solo para poder conseguir lo que verdaderamente amamos, lo honesto. Solo este es lo que vale por sí mismo, lo que no es querido para otra cosa sino por el valor intrínseco que él posee y cuya posesión causa gozo o deleite.
Se aprecia entonces claramente que lo útil o práctico, lo que causa o trae algún beneficio, es verdaderamente un bien, pero no el único y exclusivo, ni el más perfecto, sino un bien que tiene su razón y justificación en la posibilidad de conseguir bienes en los que el espíritu humano repose y descanse. Afirmar que si algo no tiene utilidad es algo carente de valor, es olvidar que los bienes humanos no se reducen al mero “bien medio”, que la riqueza de lo humano se nutre y crece sobre todo por lo que vale por sí mismo, por lo honesto, por lo “inútil”, que no vale para otra cosa, porque lo amamos por sí mismo (creo que se entendió, y si no pregúntese a sí mismo “¿para qué sirven mis amigos?”, y descubrirá lo absurdo de la pregunta. ¡Ah! y no intente decir que “sirven” para pasar buenos ratos o que “sirven” porque me alegran la vida, porque estaría absolutizando el bien útil. No sirven, pero son lo más valioso que tenemos). Un claro ejemplo: el poeta ama más la poesía que el lápiz, pero sin este no escribe aquella. El lápiz es útil, la poesía, honesta o también, puede decirse, que es inútil (sí, no se angustie, puede decirse “inútil”). ¿Puede alguien decir que no es valiosa la poesía o que es menos valiosa que un lápiz? No, precisamente porque la queremos por ser poesía, por ser lo que es, es más valiosa y necesaria para el ser humano. La inutilidad de la poesía es la razón de su valor y dignidad. Podemos vivir sin lápices, pero no sin los versos de los poetas, como este de Salinas: “¿Qué hermoso el mundo, qué entero si todo, besos y luces, y gozo, viniese solo de ti!”. (Para entretenerse y descansar: imagine que un volcán entra en erupción en Madrid. ¿Qué intentaría salvar: Una lavadora, un coche Audi A7, un computador, o Las Meninas de Velázquez? Ojo: Las futuras generaciones no le perdonarán lo que haya decidido).
En este sentido, y siguiendo con el ejemplo, es doloroso ver como actualmente la gente se preocupa más por tener “lápices” que por “leer poesía”, entregados exclusivamente a acumular dinero y poder, los hombres van secando su espíritu. Es triste ver cómo triunfan en las televisiones y los medios las nuevas maneras del éxito encarnadas en el emprendedor que ha tenido una genial idea, en el ganador de un reality que lleva 23 ediciones o en la exclusiva copucha que ha sido lanzada para comentario de todos. Es desilusionante ver a las personas preocupadas solo por el “para qué sirve” y no por el ¡qué bello!, y solo porque tienen la mirada fija en lo útil y son incapaces de contemplar lo cotidiano, lo sencillo, la belleza de la naturaleza o del arte.
Por eso es que proclamamos con orgullo la inutilidad de la Red Cultural, es ella inútil como la poesía es inútil, como la música de Mozart o los diálogos de Platón (le dejo a usted que deduzca que es imprescindible como cada una de las obras señaladas). Es inútil porque no es útil, porque es un bien honesto en el cual se deleita y crece el espíritu humano. Hay en esta Revista verdades que el mundo necesita y le urge mantener. ¿Por qué releer a Chesterton? ¿Por qué adentrarse en los recovecos de la historia del mundo antiguo? ¿Por qué descubrir los anhelos de Alejandro o de Carlomagno? ¿Por qué deleitarse con el mundo de Verdi o de Wagner? ¿Por qué contemplar la belleza de las catedrales góticas o de la pintura chilena? No porque nos sirvan para ser mejores médicos, maestros, abogados, jardineros, vendedores, etc. (por supuesto, con su correspondiente femenino), sino porque en ellos subsisten verdades eternas, bienes sublimes, bellezas ocultas que es preciso volver a poner frente al hombre de hoy para que mantenga su humanidad. Vivir de lo útil únicamente esclaviza y deshumaniza. Piense en una sociedad en la que no se regalen flores, que no haya museos, que no tenga teatros, que no haya conciertos, etc., sería una sociedad en la que seguro que usted no querría vivir. Sobre esto dice Theophile Gautier: “Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores? Yo renunciaría antes a las patatas que a las rosas, y creo que en el mundo solo un utilitario sería capaz de arrancar un parterre de tulipanes para plantar coles (¡¡yo quiero regalar flores!!).
Nuccio Ordine, un autor que reflexiona sobre la inutilidad de manera brillante, afirma con contundencia: “Si dejamos morir lo gratuito. Si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, solo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”. Puede ser que leer artículos difíciles de filosofía, arte, historia y literatura, no sirva para nada, pero permite elevar nuestra condición personal, eso que se ha dado en llamar la “dignitas hominis” (otra vez latín). Las humanidades no sirven para nada, simplemente ayudan a vivir con más lucidez y humanidad. Si uno es capaz de distinguir entre una vida lúcida, una vida más humana y una vida estúpida, entonces está en condiciones de entender que hay cosas cuyo valor no estriba en valer para algo (es una frase fuerte pero había que decirlo). De este tipo de valor están provistas las realidades que en el fondo consideramos más valiosas, que son aquellas de las que se ocupa la revista. Por eso, parafraseando a Ionesco me atrevo a sostener que “si es absolutamente necesario que la revista Red Cultural (él dice “arte”) sirva para alguna cosa, yo diré que debe servir para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya”. En efecto, es indispensable que haya realidades inútiles, que sean objeto solo de contemplación y de reflexión, como una conversación con los amigos, que no cambiaríamos por nada aunque de ella no se sigan ningún beneficio práctico y pecuniario (más aún, si se “pierde” tiempo y dinero porque se les hemos pagado la cuenta). La Red es una conversación con “amigos” muy sabios que han pensado y dejado por escrito o pintado o esculpido…, verdaderas maravillas que no nos es posible desconocer.
Para terminar, y hablando de amigos, no puedo evitar recordar el proyecto que llevó a cabo, entre 1831 y 1832, Giacomo Leopardi junto a su estimado amigo Antonio Ranieri: se trataba de un periódico semanal llamado Lo Spectatore Fiorentino, que al final nunca vio la luz, pero que en sus primeras páginas declaraba: “Reconocemos con franqueza que nuestro periódico no tendrá ninguna utilidad. En un siglo enteramente dedicado a lo útil, cobra fundamental importancia, llamar la atención sobre lo inútil. Y creemos razonable que en un siglo en el que todos los libros, todos los pedazos de papel impresos, todas las tarjetas de visita son útiles, aparezca finalmente un periódico que hace profesión de ser inútil: porque el hombre tiende a distinguirse de los demás y porque, cuando todo es útil, no queda sino que uno prometa lo inútil para especular”(No es necesario que explicite la comparación con la revista ¿no?). Por medio de la filosofía de lo inútil, Leopardi no solo busca defender la supervivencia del pensamiento, sino que además pretende reivindicar la importancia de la vida, de la literatura, del amor, de la poesía, de todas las cosas consideradas inútiles. Creo, sinceramente, que la revista que usted tiene entre sus manos es necesaria, hoy más que nunca, por la misma razón, porque estando hecha con el esfuerzo y la pasión de unos amigos y amigas, busca salvaguardar la importancia y el valor de las humanidades, para que los que a ellas se acerquen engrandezcan su propio espíritu. Afirmaba Victor Hugo (el de Los Miserables, sí, ese), que ardiente y apasionadamente quería el pan del obrero, el pan del trabajador, porque es un hermano, pero con la misma fuerza exigía: “quiero, además el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu como el pan del cuerpo”. Sí, la Red Cultura es inútil, y por eso, no nos permitirá cocinar mejor la cazuela, pero es tremendamente necesaria porque alimenta el espíritu. Léala que hace bien.