cleopatra

Cleopatra: Reina de Leyenda y Leyendas

Cuando hablaba, el sonido mismo de su voz tenía cierta dulzura, y con la mayor facilidad acomodaba su lengua, como un órgano de muchas cuerdas, al idioma que se quisiese. 

PLUTARCO, Vidas Paralelas

“La sierpe del Nilo”, “la hechicera de oriente”, “la reina ramera”, “la gran seductora”… a Cleopatra la han llamado de muchas maneras desde la antigüedad hasta nuestros días, y casi todas ellas erróneas. La infundada fama de mujer bellísima e irresistible, de fuerte atractivo sexual y de amoríos caprichosos, ha creado en torno a ella una imagen muy distorsionada de lo que realmente fue, ocultando sus verdaderas capacidades bajo una capa de superficialidad que nada tiene que ver con la última faraón de Egipto.

Ante todo, Cleopatra fue una mujer fuerte, de carácter decidido y con una visión clara de cuáles eran sus objetivos y sus compromisos ante la imponente responsabilidad que cayó sobre sus hombros cuando, con apenas 18 años, heredó el trono del país más rico de la antigüedad. No solo no se arredró ante la gran tarea que tenía ante sí, sino que asumió sus deberes con gran sentido de Estado, afrontando con coraje las graves situaciones que tuvo que vivir a lo largo de su reinado.

No fue la única mujer que gobernó Egipto en solitario, a lo largo de la extensa historia del país, ya otras lo habían hecho antes. Pero a ella le tocó hacerlo en un momento histórico particularmente difícil, a caballo entre la decadencia inevitable del mundo helenístico en el que se crió y el empuje inexorable de Roma, cuyo objetivo era adueñarse de toda la cuenca Mediterránea. El reto era considerable, aunque fascinante.

Nacida en Alejandría, creció en el seno de la familia de los ptolomeos, una saga de gobernantes cuya fama de crueles era bien conocida. Sus miembros no vacilaban en eliminarse unos a otros para conseguir el apetecido poder. Segunda en la línea sucesoria de su padre, Ptolomeo XII, la joven Cleopatra asistió a algunos episodios sangrientos que contribuyeron a fortalecer su carácter y a desarrollar su astucia para defenderse de los ataques a los que sus hermanos la sometieron en sus primeros años de reinado.

Dotada de una destacable inteligencia, desde niña demostró un insaciable interés por aprender. No había ninguna rama de la ciencia conocida en su época que Cleopatra no dominara. Incluso se decía que tuvo un laboratorio privado en el que experimentaba con pociones, filtros amorosos y venenos. Contaba para ello con los mejores instructores y con la inmensa fuente de cultura que era la renombrada Biblioteca de Alejandría. Tenía igualmente una facilidad innata para el aprendizaje de lenguas, llegando a dominar nueve de ellas. Estaba dotada de gran capacidad para la oratoria, y su conversación era viva, fluida y ocurrente. Todo ello unido a una voz armoniosa, impresionó a cuantos la conocieron. Este bagaje cultural la hizo estar mucho mejor preparada para gobernar Egipto que sus indolentes e intrigantes hermanos.

A pesar de ser y sentirse griega a todos los efectos, quiso conocer a fondo el país que gobernaría, para lo que viajó a lo largo de Egipto, aprendiendo todo sobre la cultura faraónica, los usos y costumbres de los egipcios, sus ritos religiosos y sus inquietudes. Fue la única de los ptolomeos que aprendió la lengua egipcia. Enamorada de su tierra, su objetivo primordial fue mantenerla independiente tanto de los países limítrofes como de la poderosa Roma, buscando pactos y apoyos, pero sin ceder un ápice de la soberanía de su patria.

La figura de Cleopatra se alza triunfante en un mundo donde las cuestiones militares y territoriales se dirimían exclusivamente en clave masculina. Sorprendió al mundo con sus grandes dotes para la diplomacia y con el juego de alianzas que supo establecer entre partidarios y oponentes, ganándose un merecido prestigio en un momento especialmente convulso en la geopolítica mediterránea, en el que todos querían su parte del pastel.

Su gran cultura y atractivo personal influyeron de modo determinante en dos de los personajes más importantes de Roma: Julio César y Marco Antonio. Dejando aparte la supuesta seducción a Julio César, su unión hizo que Egipto gozara de la protección de Roma, y, a su vez, Roma disfrutara de la ayuda económica de Egipto. Una alianza fructífera para ambos países. De César aprendió tácticas militares y políticas, y maduró como mujer. Con Marco Antonio, en cambio, las cosas fueron distintas. La legendaria y apasionada historia de amor que ambos protagonizaron no hizo que Cleopatra olvidara ni por un momento cuál era su compromiso para con su pueblo: mantenerlo a salvo de invasiones o conquistas extranjeras. A pesar de su incansable lucha por que así fuera, finalmente no pudo conseguirlo.

Resulta importante destacar que ni después de la derrota, ni siquiera estando cautiva, se dio por vencida. Su gran habilidad para manejar situaciones adversas le fue tremendamente útil a la hora de engañar y confundir al poderoso Octaviano, el futuro César Augusto.

 La presencia de esta gran mujer como figura destacada entre los gobernantes de la época, de alguna manera marcó el camino a las mujeres romanas, que comenzaron a pensar que ellas no eran inferiores a los hombres y que no tenían por qué conformarse con un papel secundario. Siguiendo su ejemplo, acometieron labores y responsabilidades que tradicionalmente les habían estado vetadas. Lamentablemente, esta incipiente revolución femenina pronto fue sofocada y, pasado un tiempo, las cosas volvieron al estado anterior.

Su poderoso magnetismo “puso de moda” a Egipto en la sociedad romana y gracias a su influencia en Roma se vivió una especie de pasión por lo oriental, de egiptomanía, tanto en arquitectura y costumbres, como en modos de vestir o de peinarse. Nadie quedaba indiferente ante la magnífica reina de Egipto, y todos la imitaban, a pesar de la antipatía que suscitaba en personajes tan influyentes como Cicerón, quien no cesó de criticarla hasta su muerte en época de Marco Antonio.

No encontramos muchas mujeres cuya trayectoria permanezca viva a lo largo de los siglos, como es el caso de Cleopatra, a pesar de que la historia no siempre la ha tratado bien, confundiendo atractivo personal con belleza infinita, lucidez y capacidad oratoria con coquetería e impudicia, y conocimiento y cultura con hechicería. En la actualidad son muchas las voces que se alzan reivindicando a Cleopatra como una gran reina y una gran mujer de Estado, desmitificando la imagen banal y superflua que de ella se nos ha venido presentando.

Su corta e intensa vida supuso el último momento de esplendor para Egipto. Durante su próspero reinado fue amada y respetada por sus súbditos en todo el país, y muchos años después de su muerte se siguieron celebrando ceremonias en honor a su soberana.

La anexión de Egipto a Roma acabó con su sueño de mantener la independencia de su amado país, a pesar de que por ella luchó toda su vida sin escatimar esfuerzos tanto militares como personales. La desaparición de Cleopatra fue el punto final de la larga y brillante historia del Egipto faraónico. Fue la última reina de un país que ya no recobraría su soberanía hasta 1925.

Pero repasemos su historia, basándonos en hechos contrastados.

Cleopatra nace en el año 69 a.C. en Alejandría, la costa norte de Egipto. Su nombre era Cleopatra Nea Thea Filopator Netcher Meritites. Este nombre formado por palabras griegas y egipcias significa “la nueva diosa amada de su padre”. Era hija del faraón Ptolomeo XII, apodado “Auletes” por su afición a tocar la flauta. Tuvo cuatro hermanos, dos mujeres, Berenice y Arsínoe, y dos varones, ambos llamados Ptolomeo como era tradición familiar. Ella era la segunda tras Berenice.

Tras unas revueltas en Egipto, el faraón Ptolomeo XII decidió viajar a Roma para pedir la ayuda militar de Pompeyo, a quien el rey de Egipto había regado con abundante dinero a cambio de protección. Durante este viaje, su hija mayor, Berenice, aprovechó para dar un golpe de Estado y proclamarse reina de Egipto, desterrando a su padre. Este, conseguida la ayuda de Pompeyo, recobró el trono y mandó decapitar a su hija traidora.

A la vista de estos hechos, el faraón decidió asociar al trono a su segunda hija, Cleopatra, que también era su favorita, con apenas 14 años. Con él, la joven Cleopatra se formó para desempeñar el papel que la historia le había reservado, viajando por todo Egipto, aprendiendo la lengua del país y su cultura. Así, en el año 51 a.C., Cleopatra, con apenas 17 años se convirtió en faraón de Egipto, Señora de las Dos Tierras, Reina del Alto y el Bajo Egipto, Hija de Ra. Aunque por ley debió casarse con su hermano de apenas diez, que subió al trono con el nombre de Ptolomeo XIII. Como es natural, la opinión de un niño de diez años no tenía valor ninguno a la hora de gobernar y Cleopatra, a lo largo de sus primeros años de reinado, lo hizo prácticamente en solitario.

Pero el niño creció y se sentía ignorado, por lo que junto a tres perversos consejeros, Potino, Aquilas y Teódoto, se confabuló con su otra hermana, Arsínoe, para declarar la guerra a Cleopatra, quien temió por su vida y se vio obligada a huir del país, refugiándose en las costas de Siria junto con un pequeño ejército de fieles. Antes de huir, Cleopatra había accedido al tesoro de Egipto, por lo que no le resultó difícil organizar otro ejército, si bien formado por mercenarios y piratas.

Así estaban las cosas en Egipto mientras al otro lado del Mediterráneo, en Roma, seguía la Guerra Civil entre César y Pompeyo. El famoso estratega que fue Julio César finalmente derrotó a Pompeyo en la batalla de Farsalia. El vencido huyó a Egipto en busca de la protección de sus gobernantes, en pago por la que él les brindó años atrás.

Pero las cosas habían cambiado en el país del Nilo y los tres consejeros de Ptolomeo XIII decidieron que lo mejor era hacer desaparecer a Pompeyo para así congraciarse con el nuevo hombre fuerte de Roma: Julio César. Lo mataron apenas puso el pie en Egipto y allí mismo le cortaron la cabeza para ofrecérsela como presente a César, que ya estaba de camino a Alejandría en su ciega persecución a Pompeyo.

Julio César no solo no se alegró cuando le presentaron el macabro tributo, sino que se enfureció con los hermanos gobernantes, afeándoles sus maneras y tratándolos de salvajes. Entonces tomó la decisión de arreglar la situación entre los hermanos discrepantes. A Roma no le convenía la inestabilidad de Egipto, puesto que era uno de sus activos económicos principales. Con esta idea ordenó enviar emisarios a buscar a Cleopatra para reunirlos a los tres y llegar a un acuerdo. Pero Ptolomeo desoyó esta orden y no convocó a su hermana.

Cleopatra, que estaba informada de cuanto sucedía en palacio, se dispuso a viajar a Alejandría de incógnito para relatar a César la situación y buscar una vez más la protección de Roma. No se sabe a ciencia cierta si fue Julio César quien, desconfiando del rey-niño y sus perversos asesores, envió a sus soldados por ella, o si fue por propia iniciativa de la reina, pero aquí es donde pudo tener lugar el cinematográfico episodio de la alfombra del que tanto se ha hablado y escrito. El hecho cierto es que la joven reina se las ingenió para ser llevada a los aposentos de Julio César dentro de una alfombra enrollada, o quizás metida en un saco de ropa de cama. La impresión que causó en el veterano militar parece evidente, puesto que se dice que Cleopatra no salió de las habitaciones privadas de César hasta pasados tres días. La faraón se había convertido en la amante oficial de Julio César. Era un arreglo beneficioso para ambos: César ayudaría a Cleopatra a recuperar su trono usurpado y le ofrecería la protección de Roma, que de este modo se aseguraba seguir contando con la inmensa aportación económica de Egipto.

No se logró el acuerdo apetecido entre los hermanos y estalló lo que se llamó la Guerra Alejandrina, que acabó con la victoria de las tropas de César y Cleopatra. Las batallas en el puerto propiciaron que en un momento dado César decidiera quemar sus naves para impedir el avance del enemigo, y lamentablemente el fuego se propagó dañando muy seriamente la famosa Biblioteca. El hermano de la reina, Ptolomeo XIII, pereció ahogado en uno de estos combates. Así, Cleopatra volvió al trono, aunque de nuevo hubo de casarse con su otro hermano, Ptolomeo XIV, de diez años. La usurpadora Arsínoe fue apresada y llevada a Roma para exhibirla como botín de guerra. Posteriormente fue desterrada, muriendo finalmente en Éfeso.

Tras un viaje por el Nilo en la galera real, en el que Cleopatra mostró a su amante la grandeza de su país, César fue reclamado y tuvo que volver a Roma, dejando a la reina embarazada. En el año 47 a.C. Cleopatra dio a luz a su primer hijo, Cesarión, fruto de su relación con el romano.

Un año después, la reina decidió viajar a Roma para legitimar la posición de su hijo, pero las leyes romanas eran muy claras a este respecto. César ya estaba casado con Calpurnia, y aunque se divorciase de ella, un matrimonio con Cleopatra no sería válido puesto que ella no era ciudadana romana. En cuanto a Cesarión, él lo reconoció, pero ahí acabó todo. Aun así ella estuvo una larga temporada en Roma, donde suscitó filias y fobias, quizás más críticas que alabanzas, sobre todo por parte de los mordaces escritores y políticos romanos.

Finalmente, tras el asesinato de Julio César en el año 44 a.C., Cleopatra consideró que su lugar estaba en Alejandría y que su etapa romana había llegado a su fin. Ella y su hijo emprendieron la travesía hacia Alejandría poniendo distancia de por medio y evitando la guerra entre partidarios y detractores de César, que se extendió por toda la cuenca mediterránea. Llegados a Alejandría, Cleopatra se dedicó a reparar cuanto había quedado dañado por la Guerra Alejandrina, a embellecer su ciudad y a educar a su hijo tranquilamente.

De nuevo surgieron rumores de que su hermana Arsínoe, desde su exilio, se estaba confabulando con su esposo-hermano para intentar de nuevo derrocarla del trono de Egipto. La muerte inesperada de su hermano-marido Ptolomeo XIV acabó con este supuesto complot. Hay autores que ven la mano de Cleopatra tras esta muerte, pero esto no está confirmado. La reina decidió asociar al trono a su hijo Cesarión para cumplir con la ley que obligaba a que el poder fuera ostentado por un varón. Parecía que las cosas se iban tranquilizando para nuestra reina, ya que un niño de cortísima edad no podía suponer amenaza alguna para ella

En Roma el panorama no era tan claro. Tras muchas negociaciones se formó un segundo triunvirato formado por Octaviano (Octavio), Marco Antonio y Lépido. Octaviano sería quien permanecería en Roma, Lépido iría a defender y conquistar el norte de África y el militar Marco Antonio quedaba como gobernador de la parte oriental del imperio.

En su posición de gobernador, Marco Antonio mandó llamar a Cleopatra desde Tarso para pedirle cuentas por su neutralidad en las guerras entre seguidores y enemigos de César. La reina se sintió ofendida y no le hizo caso a pesar de su insistencia, aunque finalmente accedió a acudir a la llamada de Marco Antonio. El militar, de enamoramiento fácil, cayó rendido ante el atractivo de la reina y el lujo de su nave y su séquito (se dice que incluso perfumaba las velas de su embarcación y que sus vajillas eran de oro puro). Ella tampoco se mostró indiferente ante el veterano militar e iniciaron una relación amorosa, que el tiempo demostraría pasional y tumultuosa.

Estuvieron juntos en Alejandría durante un par de años, hasta que el romano debió regresar a Roma, donde se vio obligado a desposarse con Octavia Minor, la hermana de Octaviano, para sellar la paz entre los dos bandos. Cleopatra queda sola, embarazada y deprimida. En el año 40 a.C. Cleopatra da a luz a dos gemelos, niño y niña, a quienes llamó Cleopatra Selene y Alejandro Helios. ¿La habría olvidado Marco Antonio?

Tres años duró la ausencia de Marco Antonio hasta que regresó a Oriente. No, él no la había olvidado, su matrimonio romano fue una mera cuestión política. Así, en cuanto regresó, volvió a llamar a Cleopatra, quien acudió inmediatamente a su lado con los dos niños. El amor volvió a florecer entre ellos. Además, el militar quería financiación para sus campañas militares. A cambio, la reina recibiría los territorios de Chipre, Libia y Líbano, Cilicia, la costa este de Turquía, parte de Creta y dos ciudades fenicias. Cleopatra no solo le aportaría fondos para sus campañas, sino que puso su ejército a disposición de su amante.

La relación amorosa entre Marco Antonio y Cleopatra se estrechó y en el año 36 a.C., ella dio a a luz a un tercer hijo del militar, al que llamó Ptolomeo Filadelfo. Marco Antonio estaba decidido a casarse con ella, a pesar de lo que pensaran en Roma. Incluso se produce un hecho llamado las “Donaciones de Alejandría”, en las que Marco Antonio reparte los territorios orientales conquistados y por conquistar entre Cleopatra y sus hijos. Naturalmente, esto sienta muy mal en Roma, donde Octaviano, con el apoyo del Senado, declara la guerra a Marco Antonio y Cleopatra.

A pesar de que desde Éfeso la pareja intenta formar un ejército para hacer frente a la ofensiva romana, finalmente el día 2 de septiembre del año 31 a.C. tiene lugar la decisiva batalla de Accio, donde Marco Antonio y Cleopatra son totalmente derrotados por la poderosa maquinaria de guerra romana. Marco Antonio se sume en una depresión de la que ya no saldría jamás.

El día 1 de agosto del año 30 a.C. Octaviano toma formalmente Alejandría sin apenas resistencia. Ese mismo día sería el último de Marco Antonio, quien se quitó la vida al llegar a sus oídos noticias de que su amante se había suicidado. Las noticias no eran ciertas, y se dice que fue ella misma quien fingió su propia muerte para animar a su amante a tener una muerte digna.

Tras el entierro de Marco Antonio, Cleopatra quedó confinada en el palacio bajo la vigilancia de Octaviano, con quien intentó negociar los territorios que Marco Antonio había legado a sus hijos sin conseguirlo. Ella sabía que el futuro emperador soñaba con llevarla a Roma cargada de cadenas para exhibirla en un triunfo, y no estaba dispuesta a permitirlo. Tras estas reuniones infructuosas, Cleopatra engañó a Octaviano, que la quería viva, diciéndole que iba a hacer una ofrenda a Marco Antonio. Con esta excusa, se encerró con sus dos doncellas en su mausoleo y se suicidó el día 10 de agosto del año 30 a.C. Mucho se ha hablado sobre la muerte de Cleopatra, supuestamente causada por una serpiente. Esto es difícil de constatar, puesto que murieron las tres mujeres que había en el interior del mausoleo. Más bien pudo ser que ella y sus doncellas tomaran alguna sustancia venenosa, en las que Cleopatra era muy experta. Solo tenía 39 años.

El día 31 de agosto del año 30 Roma se anexionó Egipto, no como país amigo y aliado como había sido hasta entonces, sino como una provincia más del imperio.

DESPUÉS DE CLEOPATRA

Tras estos acontecimientos, Cesarión, ya con 17 años, huyó hasta el Mar Rojo. Para el nuevo dueño de Egipto, el muchacho resultaba un fastidio. Apresarlo y llevarlo a Roma para exhibirlo en triunfo no le parecía una buena idea. Además de ser primo suyo, era el hijo del Divino César. Los romanos no lo verían con buenos ojos. Octaviano atajó el problema ordenando matarlo, probablemente después de someterlo a torturas.

El resto de la descendencia de Cleopatra y Antonio no representaba peligro alguno para Roma y Octaviano los dejó al cuidado de su siempre dispuesta hermanastra Octavia Minor, viuda de Antonio. Los gemelos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, de diez años, y Ptolomeo Filadelfo, de seis, vivieron en un ambiente confortable, compartiendo hogar con las hijas que su padre tuvo con ella. Un año después de la muerte de su madre, Octaviano los hizo desfilar en su triunfo. A partir de este momento, el rastro de los hijos varones de Antonio y Cleopatra se pierde.

Años más tarde, el ya emperador Octaviano casó a Cleopatra Selene con Juba II de Mauritania. El joven también había sido capturado cuando tenía cinco años y se había educado en Roma. Marido y mujer habían tenido parecida educación y habían sufrido humillaciones similares. Octaviano los envió a Mauritania. Allí, la hija de Cleopatra trató de conservar el legado de su madre. Siguiendo la tradición, llamó a su hijo Ptolomeo, y se asoció a la diosa Isis. El único nieto conocido de Cleopatra sucedió a su padre, Juba II, en el año 23 a.C. Años después, Ptolomeo de Mauritania fue a Roma invitado por Calígula y recibido con grandes honores. Ambos descendían de César y eran primos lejanos. No obstante, Calígula, cuyas veleidades son sobradamente conocidas, ordenó matarlo. Y aquí terminó la historia de los descendientes de la gran Cleopatra.

Por su parte, Octaviano trató obsesivamente de borrar las huellas de Cleopatra y Antonio. Para ello, declaró nefasto el día 14 de enero, día del nacimiento del general romano, y prohibió la combinación de los nombres Marco y Antonio. Nadie en Roma volvería a llamarse Marco Antonio. Todo valía para borrar la memoria del general de la faz de la tierra. Por supuesto, cuando en alguna conversación Octaviano se refería a la batalla de Accio, jamás pronunciaba los nombres de sus oponentes. El círculo más cercano a Cleopatra y Antonio también fue purgado.

Además, Octaviano, como era de esperar, se apropió de los inmensos tesoros de los ptolomeos. Tal inyección de liquidez aportó aire a las menguadas finanzas romanas. Devolvió a sus lugares de origen las estatuas y obras de arte que Cleopatra y Antonio habían traído de otros países a modo de botín de guerra o de “regalo” de sus dirigentes. Aunque muchas de ellas acabaron en Roma.

Se sabe que un representante de los sacerdotes egipcios ofreció a Octaviano 20.000 talentos para que se permitiera a los egipcios conservar las estatuas de Cleopatra. El romano aceptó gustoso, en parte por el sustancioso importe del negocio y en parte para quitarse preocupaciones. Ya sabemos que Cleopatra gustaba de hacerse representar como Isis, y en muchas de sus efigies no quedaba claro si la figura representada era la reina o la diosa. Naturalmente, no podía ir contra la imagen de una divinidad, cuyo culto, además, estaba muy extendido por todo el Mediterráneo. La veneración a la figura de Cleopatra continuó durante muchos años en Alejandría, e igualmente se sucedieron conmemoraciones y procesiones en las que las mujeres rasgaban sus vestidos en señal de duelo y los habitantes de la ciudad recordaban a su adorada reina que tan valientemente se opuso a la invasión romana.

En honor a la verdad, Octaviano no destrozó ni vandalizó la ciudad, más bien al contrario, 17 años después de la muerte de la reina, se concluyó el Cesareum, el inmenso complejo templario que Cleopatra había empezado a construir en honor a Julio César. Octaviano fue uno de los pocos emperadores romanos que no pretendió imitar a Alejandro Magno, aunque tampoco demostró gran interés por la cultura egipcia ni por los anteriores ptolomeos muertos. Tan solo le interesó Alejandro, cuyo cuerpo sacó de su sarcófago para ponerlo en otro de cristal en un lugar donde la gente pudiera visitarlo.

Quizás el hecho histórico más importante tras la muerte de Cleopatra fue el opulento triunfo de tres días que celebró Octaviano. Naturalmente, el suicidio de Cleopatra había arruinado su gran momento, que hubiera sido exponerla cautiva ante el pueblo. Por este motivo, Octaviano mandó hacer una efigie de la reina a tamaño natural, con una serpiente mordiéndole el pecho. Los tres hijos de la soberana desfilaron junto a esta imagen. El inmenso tesoro de Egipto, cargado en carros, causó sensación entre los romanos, que jamás habían visto tal cantidad de oro, plata, joyas, cascos, corazas, armas, muebles, vajillas y obras de arte. Por supuesto, no hubo la menor mención para Antonio.

No se atrevió tampoco a tocar la imagen de Cleopatra como Venus Genétrix que hizo erigir Julio César, y que seguía en su Foro en Roma. Era lo menos que podía hacer por alguien que tanto beneficio económico le había proporcionado. Así, Cleopatra fue la gran vencida, pero también la gran admirada en esta ciudad extranjera.

La influencia de Cleopatra se tradujo en una verdadera explosión de la egiptomanía. La arquitectura y el arte egipcios se hicieron presentes en edificios, elementos decorativos, e incluso en vestidos y peinados. Comenzaron a aparecer obeliscos, hojas de acanto, esfinges, cobras, jeroglíficos y flores de loto por todas partes. Todos los patricios querían poner motivos egipcios en sus palacios y villas. Se puede decir que la famosa reina puso de moda Egipto en aquel mundo occidental que se abría paso.

¿Se podría hablar de la muerte de Cleopatra como un hito en la historia? Resulta notorio que a partir de ese momento Occidente se orientalizó. Los emperadores romanos empezaron a considerarse dioses. Se hicieron representar como Serapis o como Dioniso, lo que tanto se criticó a Antonio. El propio Octaviano se autodenominó César Augusto y sería recordado tanto por sus conquistas, Hispania entre ellas, como por su actividad constructora por todo el imperio. Quedó tan impresionado por el fastuoso mausoleo de Cleopatra, que mandó construir uno similar en Roma para él.

No obstante, el legado de Cleopatra fue mucho más allá. La primera y más importante consecuencia de la leyenda creada en torno a su vida y su muerte fue el sorprendente resurgir del papel de la mujer en la sociedad romana. Las mujeres de clase alta comenzaron a influir decisivamente en la vida pública romana, y a desempeñar tareas de Estado como consejeras de sus maridos, a relacionarse con embajadores de otros países, o incluso a gestionar ellas mismas sus propios patrimonios al margen de sus padres o esposos. Entre las clases más populares, también fue calando este atisbo de independencia femenina, y muchas romanas comenzaron a emprender oficios que hasta entonces les habían estado vedados. Fue tal la influencia que ejerció esta gran reina, que sirvió de ejemplo a muchas otras mujeres que, mirándose en su espejo, decidieron que no eran menos que los varones. Si Cleopatra había conseguido estar a la misma altura que los hombres, ¿por qué ellas tenían de conformarse con estar en segundo plano?

Existen pocas fuentes directas y conocemos la vida de Cleopatra a partir de historiadores y filósofos clásicos, en su mayor parte críticos con la gran faraón, tanto por motivaciones políticas como culturales, aunque en sus obras siempre se percibe cierta admiración implícita. Casi todos la tildaban de seductora, lasciva o embaucadora, si bien todas estas apreciaciones tienen un denominador común: se negaban a aceptar que una mujer hubiera ejercido su poder sobre dos de los personajes más importantes del momento, Julio César y Marco Antonio, más por su inteligencia y capacidad que por su belleza física. Para su mentalidad, la única manera de salvaguardar el honor de un hombre era hacer ver que había caído en las redes de una mujer, dando por hecho que ella usaba sus armas femeninas para atrapar y dominar al varón, quedando el hombre como la pobre víctima indefensa que caía bajo sus encantos. Eso se perdonaba y se toleraba. Pero admitir que una mujer podía ser más capaz que un hombre no formaba parte de los esquemas mentales de la época. Una mujer resultaba menos peligrosa si se la consideraba extremadamente atractiva en vez de extremadamente inteligente. “Un hombre que enseña a una mujer a escribir debería reconocer que está suministrando veneno a una serpiente”, aseguraba Menandro, comediógrafo griego del siglo III a.C. Esa era la idea que se tenía de las mujeres en la antigua Grecia y que pervivió en Roma. La muerte de Cleopatra coincidió con el nacimiento de la literatura latina, y su influjo inspiró a muchos cronistas a crear el mito alrededor de su figura, que se convertiría en la “reina ramera”, o “una mujer de sexualidad insaciable”. Esta caracterización perduró en el tiempo e incluso, muchos siglos después, Dante la llamaría “pecadora carnal” y Bocaccio, “la puta de los reyes orientales”.

No obstante, a pesar de estas críticas, a veces tremendamente ofensivas en el terreno personal, todas las fuentes coinciden en admitir que fue una mujer sobresaliente, que gobernó su país durante 20 años sin guerras ni invasiones, con una economía más que saneada, y que siempre contó con el favor y la lealtad de su pueblo. Esto era mucho más de lo que habitualmente consiguieron los hombres que gobernaron en los países de su entorno.

En cambio, Marco Antonio no sale tan bien parado en las crónicas de la época. Los clásicos se ceban con él y todos lo consideran un militar indigno que rehuyó el combate para refugiarse bajo las faldas de su amante. Quizás, viendo la historia desde nuestra actual perspectiva, no seríamos tan severos con alguien que, indudablemente merece un lugar en la historia, y no solo por haber amado a Cleopatra.

Sin lugar a dudas, la historia y, sobre todo, la leyenda de Cleopatra no acabó el día 10 de agosto del año 31 a.C., sino que sigue viva más de 20 siglos después en la literatura, el teatro, la música, e incluso el cine. Todos los campos del arte se han encargado de que la figura de Cleopatra siga resultando fascinante, si bien la imagen que se ha dado de ella es tan errónea como exageradas fueron las apreciaciones de los escritores clásicos. El nombre de Cleopatra quedará para siempre escrito en letras de oro en la larga lista de mujeres valientes y decididas que, a lo largo de la historia, dejaron su huella imborrable.

Para los antiguos egipcios, era muy importante que se conservara el nombre de una persona, ya que, según sus creencias, solo alcanzarían la inmortalidad si este se repetía. El nombre de Cleopatra, para alabarla o para denostarla, como mujer fascinante o como perversa, como gran gobernante o como simple reina caprichosa, como paradigma o como aberración, se ha repetido tantas y tantas veces a través de los siglos, que no cabe duda de que ya es inmortal.

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