Invocar la imagen de las antiguas pirámides egipcias, nos hace pensar en un paisaje seco, solitario, casi anaranjado, donde el camello es la bucólica manera de aproximarse a ellas. Imaginamos numerosos esclavos, trabajando bajo la orden del látigo y hasta fuerzas casi sobrenaturales participando de la construcción. Incluso podemos responder memorizadamente, casi como una trivia, que sus faraones fueron Keops, Kefrén y Mecerinos. Pero …, nada de esto es cierto.
¿Es un misterio la construcción de las pirámides? ¿Realmente es incomprensible para el entender humano que sigan aún en pie? ¿Podemos justificar en el trabajo esclavo la subsistencia de tan antiguas edificaciones Ciertamente entender el ¿Misterio? de las Pirámides exige, en primer lugar, retroceder en el tiempo unos 5 mil años. Cuando el mundo acostumbraba ver pasar numerosas tribus primitivas, todas nómades, sin dejar casi huella. Sin embargo hubo un lugar diferente, donde comenzó a forjarse una historia distinta. Un río Nilo privilegiado, cargado de riquezas (fertilizantes naturales minerales y vegetales) que arrastraban sus aguas desde sus remotos afluentes procedentes del centro africano. Aún más, el río era tan generoso, que cada año, religiosamente, inundaba ordenadamente las tierras aledañas, haciendo de la agricultura una de las mejores excusas para que algunos de esas tribus decidieran asentarse.
Si el tema del alimento ya estaba resuelto y la razón para quedarse en un solo lugar ya estaba dada, entonces ¿a qué dedicarían su tiempo estos nuevos pueblos? La respuesta fue inmediata. El arte, la literatura, la religión, la escritura, la educación, la medicina, la música y, por supuesto, la arquitectura. Todo ello desarrollándose velozmente. Ya se habían transformado en una civilización.
Las Pirámides de Giza (nombre dado por el lugar en el que se encuentran emplazadas), son entonces una excelente muestra del nivel de desarrollo que alcanzaron los egipcios. Nos detallan su capacidad de construcción, sin olvidar que datan del siglo XXVI a.C. De hecho, se trata de las construcciones más antiguas del mundo que aún siguen levantadas. No por nada son una de las Siete Maravilla del Mundo Antiguo, las más antiguas y las únicas que no han caído.
Los egipcios creían en la trascendencia, en la vida más allá de la muerte. Por eso debían prepararse muy bien y, llegado el momento, enfrentarse al juicio de Osiris, dios que resolvería su paso al paraíso (o el castigo del monstruo devorador). Si era tan importante, había que preparar el cuerpo –y por eso las momificaciones-. Pero también había que buscar el lugar más adecuado para depositarlo. En los comienzos, se dejaban bajo la arena, pero ello no siempre funcionaba. La volatilidad de la arena a veces dejaba el descanso a la deriva, por tanto la solución estuvo dada en una nueva alternativa: las mastabas. Cajones de piedra que cubrirían, de ahí en adelante, los cuerpos debidamente preparados. Así trascenderían.
Pero, la gran figura del faraón, máxima autoridad y representante de los dioses en la tierra, buscaría siempre una mejor forma de trascender. Uno de ellos, Netjerjet, entregó la tarea a su visir Imhotep: debía encontrar una manera majestuosa. No le fue tan difícil. Mandó a posar una mastaba sobre otra. Seis en total. El único requisito era que las mastabas superiores, fueran más pequeñas que las donde se posaban. Así nació la primera pirámide escalonada. Era el año 2.650 a.C.
Un siglo después, los faraones sofisticaron las líneas de aquella primera estructura, convirtiendo sus tumbas en las Pirámides de Giza. Ellos fueron Jufu, Jafra y Menkaura. Sus nombres no fueron Keops, Kefrén y Micerinos. Así fue como los llamaron los griegos, dos mil años después, al relatarnos –por primera vez- sus experiencias en el antiguo Egipto. La orden fue clara. Había que construir esas enormes estructuras, de hasta 146 metros de altura. Requerirían pesadisimos bloques de piedra y habría que montarlos con mucha precisión para que la estructura no cediera. Encontraron la manera. Cada bloque iba encajado en el otro, con un efecto similar al juego moderno de lego. Así, su efectividad fue absoluta, permitiendo mantener en pie las construcciones hasta nuestros días.
Sí fue necesaria también, muchísima mano de obra. Pero no fueron esclavos. Los esclavos no existieron en la cultura egipcia. Todos los ciudadanos tenían el mismo derecho dentro de su sociedad. Así, los que hicieron estas labores fueron los propios campesinos, quienes pasaban varios meses al año sin trabajar, esperando que el Nilo regara sus tierras y volviera luego a su cauce. Es así como el faraón daba un salario a dichos campesinos, además de alimento, alojamiento, herramientas y vestimenta. Muy lejos de la idea de esclavo… El trabajo era duro. Había que transportar los pesados bloques por la arena. Encontraron la manera usando largos rollizos de madera que ponían a modo de trineos, avanzando a fuerza humana. Y una vez en el lugar, levantaban rampas en torno a la construcción, subiendo cada bloque hasta el nivel correcto.
Ni fuerzas sobrenaturales, ni esclavos. Tampoco nombres griegos. Pero aún resta un mito. Cuando hoy en día nos animamos a visitarlas, ni el desierto es tan solitario ni anaranjado, ni el camello es la manera de acercarse. Una moderna carretera entorpece la visión, cruzándose entre ellas, impidiendo la imagen bucólica de los sueños infantiles.