Las celebraciones del Bicentenario en nuestro país han traído una posibilidad casi única para todos nosotros. Una parte del milenario Ejército de Terracota será exhibido a partir de diciembre próximo -y hasta abril del 2010- en el Centro Cultural Palacio de La Moneda.
La idea de China como una superpotencia es un tema que ha estado comentándose desde hace unos años en el análisis internacional. Su crecimiento económico, su apertura, su numerosa población, son algunas de las características que han convertido a China en uno de los líderes mundiales actuales.
La Gran Muralla China
Pero China no debe esperar para ser super potencia. Ya lo fue. Hace miles de años, cuando el mundo estaba organizándose y algunas de las grandes civilizaciones aún no despertaban. En ese entonces, China ya tenía una historia que contar. La tradición cuenta que hace unos cuatro mil años atrás, los HAN fueron quedándose alrededor del río Amarillo, escogiendo ese lugar para asentarse y comenzar a constituir lo que luego sería una gran civilización. Los mismos HAN que aún hoy pueblan toda la región, siendo más del 90% de los habitantes actuales de China. Cómo será de armónica la historia de este país, que los mismos habitantes originales siguen comandando hasta hoy esas tierras. Primero fueron tribus organizadas, luego, el feudalismo estructuró la región en mini reinos, con “Señores de la Guerra” repartiéndose el poder. Pero llegó un momento, un hombre, que cambió la historia drásticamente.
QIN SHIHUANG vivió en el siglo III a.C. Era uno de aquellos que ostentaba muchísimo poder, un Señor de la Guerra. Pero él quería más, siempre más. Poco a poco fue aumentando su hegemonía, hasta imponerse del poder completo el año 221 a.C. Él fue realmente quien unificó China. Desde su reinado podemos conocer al país tal como lo comprendemos en la actualidad. De hecho, él también le dio el nombre, ya que QIN, realmente se pronuncia algo parecido a “CHIN”, marcando con evidencia lo que luego sería “CHINA”. Pero no se quedó ahí. No le bastaba con unificar los territorios, convertirse en el primer emperador de China o darle un nombre único a todos ellos. Él quería más, siempre más. Decidió entonces, que los pequeños muros, que protegían sólo algunos latifundios, debían unirse, para conformar una larga protección que defendiera al reino de las amenazantes tribus mongolas del norte. Fue así como dio origen a lo que tras siglos se convertiría en la Gran Muralla China.
Decidió también que el sistema de pesos y medidas debía ser el mismo para todos. Mal que mal ahora pertenecían a un solo reino. Debía también formalizar un sistema de caminos y hasta canales de regadío. Incluso más difícil aún, impuso que la escritura fuera igual para todos. ¡Qué dificultad! De las más remotas regiones, cada dialecto propio debía homologar la forma de escribir sus conceptos. Nada fácil si pensamos que apenas hoy cuentan con más de ocho mil caracteres. Sin embargo él no se detendría. Él quería más, siempre más. Su poder no bastaba. Ni sus tierras, ni sus riquezas. Buscaba insaciablemente algo más. Siguió entonces en búsqueda de la fuente de la juventud. De la inmortalidad. Quería alcanzarla a toda costa. Probó todo tipo de pócimas y no cesó durante toda su vida buscando lo inalcanzable, ya que la muerte lo obsesionaba. No la podía controlar. Soldado de Terracota, modelo tamaño natural
Fue tal su temor a morir, que quiso estar preparado si es que ella lo alcanzaba. Apenas llegó al poder, uno de sus primeros mandatos fue construir su tumba, la que lo albergaría en el más allá. Debía estar en Xian, la capital imperial y debía ser tan especial que nadie dudara que se trataba de él, de SU morada final. Y además, debía estar protegida. Que nadie se atreviera a acercarse. Debía ser inexpugnable. Y él quería más, siempre más. Fue por eso que mandó a acompañar su tumba con el espléndido Ejército de Terracota. En formación de batalla, las más de 8 mil piezas eran un ejército perfecto. Caballería, infantería, carros, caballos. Todo lo que fuera necesario. Y de tamaño natural. No era para dar una idea de protección. Era real. Con armas verdaderas. Cada uno de los soldados con sus propias armas. Cada uno de ellos de casi dos metros de alto. Hechos con moldes, pero sólo para los cuerpos. Cada rostro, cada expresión, cada tocado, cada postura, todos distintos. Tallados individualmente. Y sus manos también.
Treinta y seis años demoraron los artesanos en concluir la gran obra. La leyenda dice que al finalizar, fueron asesinados para no revelar los detalles. Pero eso quedará en el misterio. Como también quedará en la incógnita cómo realmente murió el emperador, ya que muchos dicen que fueron sus propias pócimas, inventadas para la inmortalidad, las que lo llevaron a la muerte. Y en el misterio también se quedará, al menos por ahora, su propia tumba. Aún hoy no ha sido desenterrada. Su riqueza todavía es un enigma, ya que se teme que al excavar, se pierda el rico colorido de las figuras, tal como ha sucedido con las piezas desenterradas hasta ahora.
Los chinos van lento. Desenterrando de a poco. Ensayando nuevos métodos que permitan la conservación del color. Trabajando sólo entre ellos, sin invitar a otros, para evitar que sus piezas terminen en alguna colección privada o, peor aún dicen ellos, en algún importante museo del mundo. Por eso son tan sigilosos con su ejército. Por eso casi no lo prestan. Sólo el British Museum hace un par de años y Colombia han sido privilegiados con algo de la muestra. Por eso que la oportunidad de conocerlo aquí, en Chile, será un lujo que pocos podrían contar sin haber pisado China.