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El Muro de Berlín a 30 años de su caída: La idea del Muro, encerrar a toda una población

El muro de Berlín es el único en la historia que se construyó para evitar que las personas salgan de un lugar, para encerrarlas y coartar su libertad de movimiento.

Los muros parecen estar de moda. Después de la exitosa serie de HBO Game of Thrones todos parecían encontrar lógico “The Wall in the North”, que separaba y protegía la civilización de lo no civilizado e incluso de los muertos vivientes. La verdad es que la ficción siempre se basa en la realidad. Ha habido muchos muros en la historia, la Gran Muralla China, el Muro de Adriano, el llamado Offa’s Dyke entre Mercia y Gales, por nombrar algunos. Todos ellos se construyeron para evitar que las personas entren a un lugar.

La migración es algo muy humano y de hecho hoy se habla de ella como un derecho. En la historia, los movimientos humanos han sido muchos y siempre van de economías  deprimidas a economías más pujantes. Las personas se mueven buscando un mejor futuro. Nadie abandona su lugar de origen para estar peor en otro lugar. De hecho, las ciudades desde sus orígenes, buscando la defensa y controlar la migración, fueron concebidas como un recinto cerrado. Las murallas y los puentes controlaban también el pago respectivo de impuestos. El muro de Adriano fue construido por los romanos para dividir la Britania romanizada de la tierra de los pictos, hoy Escocia. No se trataba de impedir invasiones pictas, sino de controlar el comercio y asegurar el pago de los impuestos, algo que a los romanos les preocupaba en demasía.

Pero el muro de Berlín es el único en la historia que se construyó para evitar que las personas salgan de un lugar, para encerrarlas y coartar su libertad de movimiento. Justificarán lo injustificable llamándolo “Barrera antifascista”, pero la verdad es que se trató de encerrar a las personas impidiéndoles buscar un futuro mejor. A treinta años de la caída de este brutal experimento, vale la pena recordar varios hechos y representarlos para las actuales generaciones. La idea de encerrar a gran parte de la población tiene que ver con un momento de la historia en que falsas creencias nublaron las mentes de las personas. El siglo XX es un siglo complejo, construido desde la visión filosófica del siglo XIX que abandona a Dios y, por lo mismo, se entrega a cualquier cosa. La disolución del concepto de verdad objetiva abre paso a las verdades múltiples y a las falsas verdades, que se manifiestan en las ideologías que pretenden “instaurar el paraíso terrenal sobre la tierra”.

El racionalismo establece un nuevo concepto de mundo que empodera al hombre. Es ahora el ser humano con su razón el que crea la realidad, “pienso, luego existo” y el que está llamado a “Instaurar el imperio del hombre en el mundo”. Las visiones de René Descartes y Francis Bacon abrirán el paso a la revolución científica y a cambios antes inimaginables. Todo se redefinirá en términos humanos. El hombre es lo más importante y por tanto el arte se enfocará en él y su cotidianidad. La arquitectura buscará elevar a reyes y a personajes poderosos. El poder en esta tierra pasará a ser lo esencial. Nacerá la política moderna que considera que el soberano es el hombre. El concepto de soberanía popular y de creación de la sociedad desde el pacto se impondrá.

Dos visiones opuestas aparecerán aquí y estarán presentes hasta hoy. Serán la base de dos visiones de mundo que se convertirán en ideologías. Las ideas de John Locke y de Jean  Jacques Rosseau. Locke cree que el hombre en el llamado estado de naturaleza es bueno y que tiene derechos anteriores al pacto que son sagrados. Hay que protegerlos a toda costa. Estos derechos son el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Para asegurar la protección de esos derechos se hace un pacto y se elige a un gobernante, que debe ser pequeño, ya que de lo contrario podría pasar a llevar los derechos de los individuos. Los individuos son los sujetos de derechos y el Estado solo debe estar cuando el individuo no puede hacerlo, debe ser subsidiario. Para Locke, el individuo es más importante que el Estado y la libertad es más importante que la igualdad. En contraposición está Jean Jacques Rousseau, suizo, parte del movimiento ilustrado francés. Aunque comienzan igual, no son lo mismo; más bien son “agua y aceite”. Él cree que en el estado de naturaleza el hombre es bueno, un bon sauvage. El hombre nace libre y bueno, dice Rousseau en su Contrato Social… Pero se lo ve por todas partes encadenado y corrupto. El hombre es bueno, pero la sociedad lo corrompe. El hombre era nómade, un buen salvaje que corría libre por las praderas… pero se sedentarizó y comenzó a acumular. Rousseau cree que la propiedad es el origen del mal, porque genera la desigualdad. La bondad tenía que ver con la igualdad y la corrupción con la desigualdad. Él cree que para recuperar la bondad perdida el “buen salvaje” debe entregar su voluntad a la voluntad general y constituir un gobierno que debe devolver la bondad perdida. El Estado es el único capaz de hacer eso. El Estado debe redistribuir devolviendo la igualdad y con ella, la bondad. Para Rousseau, el Estado es más importante que el individuo y la igualdad más importante que la libertad. Estas dos posturas explican toda la política hasta hoy. Locke es padre del llamado liberalismo que inspirará la Revolución de la Independencia americana y Rousseau es el padre del socialismo que llevará a la Revolución Francesa.

Ambas visiones son la base de la democracia actual en sus dos versiones, libertaria y socialista. La idea roussoniana aplicada en la Revolución Francesa por los jacobinos llevará a instaurar la idea de que la causa permite y justifica cometer atrocidades. Saint-Just quería renovar la “raza humana desde la sangre” y afirmaba que el fracaso de la convención se debía a no haber muerto a suficiente cantidad de personas. Los jacobinos dividieron el mundo en pueblo y no pueblo; en “amigos” y en “enemigos” de la Revolución. A unos de se los gobierna con la razón y a los otros, con el terror. Está justificado y es deseable eliminarlos. La Revolución Francesa será una masacre en la que los realistas y católicos serán perseguidos y eliminados sistemáticamente. Estas ideas de socialismo, laicismo y fanatismo entrarán en Europa con las invasiones napoleónicas, que son hijas de la Revolución y exportarán sus ideas. La invasión francesa sobre Europa levantará el movimiento nacionalista en Alemania e Italia, países aún no constituidos, que comenzarán a tratar de definir qué es lo que son. Muchas veces, para saber qué se es, es más fácil definirse desde lo que no se es y lo que estaba claro es que franceses no eran. Tanto las revoluciones de 1830, como las de 1848 combinan ideas de nacionalismo, socialismo y romanticismo. Es la idea de la democratización que queda en el ambiente en sus diversas expresiones desde la Revolución Francesa. El establishment europeo temía a la expansión de las ideas socialistas jacobinas y tras la derrota de Napoleón hizo todo lo posible por controlar esta “infección”. Pero el socialismo creció y para la segunda mitad del siglo XIX era la tónica del mundo.

Tras su larga búsqueda de su ser, Alemania logró el sueño de la unificación. Fue el reino de Prusia y no Austria el que logró unir los diversos principados con “Sangre y Hierro”. Otto von Bismark, tras enfrentarse a Dinamarca en 1864 y a Austria en 1866, que lograron poner a Prusia en las ligas mayores, buscó una guerra externa para sumar al sur de Alemania a la Unión. Francia, con Napoleón III, le da lo necesario. Tras derrotar a los franceses en la batalla de Sedán, se declarará el Segundo Reich Alemán en el salón de los espejos del palacio de Versalles. Unificada, Alemania entrará fuertemente en la segunda fase de la revolución industrial con el gran problema que aunque produce más y mejor, no puede competir con Inglaterra, que tiene colonias que le aseguran materias primas baratas y mercados para sus productos. Será esta competencia industrial la  que en combinación con el ascenso del nuevo kaiser Guillermo II llevarán al mundo a la Primera Guerra Mundial.

El socialismo había crecido durante la segunda mitad del siglo XIX y había pasado de una visión utópica a una científica, que aseguraba resultados inexorables. Desde la publicación del Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, la visión materialista determinista, como la historia de la lucha de clases, se impuso. Marx publica el Capital en 1867, su gran compendio económico. Su obra magna la completa Engels, ya que la muerte encuentra a Marx antes de terminarla. Para fines del siglo XIX los socialismos crecieron en todas partes y la visión de Marx se convirtió en una nueva religión laica en la que la Internacional Socialista ejecutaba rituales del tipo religioso. La idea de la unión de los obreros del mundo tomando conciencia social y apoderándose de los medios de producción para cambiar la infraestructura de la sociedad y la economía, se impuso y se generalizó. La economía era la base de todo. Si se cambiaba la economía, se cambiaba la sociedad. Esto era científico, por lo que sí algo fallaba, era boicot.

Durante la Primera Guerra Mundial, Lenin se hizo del poder en Rusia. Tras una revolución en febrero que derrocó al zar, Lenin radicalizó el movimiento en el mes de octubre de 1917. Tras un plebiscito que demostró que su postura no era la mayoritaria, Lenin buscó la guerra civil para imponer sus ideas. Aplicando la lección jacobina, pudo eliminar a todos los “No pueblo”, justificando lo injustificable. Una vez afirmada la Revolución tras el triunfo en la guerra civil, Lenin decidió aplicar las ideas internacionales de Marx. Se estableció en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas la llamada Internacional Comunista, el Kommintern, que debía definir los dictámenes para todos los partidos comunistas del mundo. Los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial eran el caldo perfecto para expandir la revolución. 1919 será el año Rojo en que intentonas comunistas tratarán de hacerse del poder en Italia, Alemania, Hungría y hasta Inglaterra. Frente a esto, surgirán los llamados socialismos nacionalistas, como el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. Todos creen en el Estado por sobre el individuo, son socialistas, son de izquierdas, pero son nacionalistas y no internacionalistas, como el comunismo. Por eso son anticomunistas.

Había un consenso mundial en el socialismo y la necesidad de los Estados de controlar las áreas estratégicas de la economía, y es más, parecía ser que los resultados de las economías planificadas eran admirables. Stalin había logrado industrializar a la URSS en pocas décadas; el punto era a qué costo. Incluso aquellos que creían en la libertad aceptaban la idea de Keynes de que el Estado debía intervenir en la economía y controlar la producción y los precios. Su visión parecía ser sensata tras la crisis de 1929, que dejó en evidencia lo inescrupuloso del libre mercado.

En 1933, Adolf Hitler asume como canciller de Alemania y al año siguiente muere el general von Hindemburg, por lo que Hitler declara el fin de la República de Weimar y establece el Tercer Reich que estaba destinado a durar mil años. Hitler, en su visión de crear el espacio vital para la raza aria, lleva al mundo a la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939. Con una “guerra relámpago” ocupa gran parte de Europa para abril de 1940. La guerra se extenderá hasta 1945 y pondrá al mundo en jaque. El gran error de Hitler fue la invasión a la Unión Soviética, lo que terminó con su alianza con Stalin y le generó un desgaste que luego le haría perder la guerra.

Los aliados reorganizaban el mundo y habían acordado la liberación de Europa para luego liberar el Pacífico. Las fuerzas del eje son atacadas desde el sur por Sicilia y desde el norte por Normandía. Una vez liberado París, avanzan hacia Berlín. Hitler se suicida en un bunker junto a su mujer, Eva Braun. El general Jodl firmará la rendición final. Alemania quedaba dividida en cuatro zonas de ocupación: una inglesa, una francesa, una americana y una soviética. En la zona soviética quedaba la ciudad de Berlín, también dividida en cuatro subzonas con los mismos ocupantes. Ya en la conferencia de Postdam se aprecia que los liberadores de Europa, no eran precisamente amigos. Stalin tenía otras intenciones.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el avance de la izquierda se hizo sentir. Winston Churchill ganó la guerra, pero perdió la paz. En las elecciones de 1945 es electo el candidato laborista Clemens Atlee. Su intención era incrementar el rol del Estado en la economía británica y lograr el control total de todas las áreas estratégicas de producción. Se produce la nacionalización del carbón, el gas, los trasportes, el petróleo e incluso la banca. Atlee quería terminar con las empresas privadas y esperaba construir un Estado de Bienestar que protegiera a los ciudadanos británicos desde la cuna a la tumba. Le encarga a lord Breveridge el informe para la construcción de la nueva Jerusalén.

Mientras tanto, Stalin había ocupado la mitad de Europa y, como dijo Churchill en su discurso en Fulham, se había establecido en Europa una “Cortina de Hierro”. La idea era aumentar el área de influencia de la Unión Soviética intentando controlar nuevos territorios. Se hacía sentir la Guerra Fría, los bloques congelados de dos ideologías opuestas competían por lograr más áreas de influencia en una Europa destruida. Alemania era el centro de la polémica. En los últimos días de la guerra había sido dramáticamente bombardeada, lo que dejó a todas las grandes ciudades alemanas reducidas a cenizas. Era la llamada hora cero “stunde null”. Con la moral en el suelo y el país totalmente destruido, los alemanes veían un futuro incierto. La liberación de los soviéticos por el este implicó la violación de casi todas la mujeres alemanas. La amenaza soviética hizo que el secretario de Estado norteamericano, George Marshall, decretara un plan de ayuda económica para levantar a Europa y evitar que cayera en manos comunistas. Grandes sumas de dinero fueron entregadas para la reconstrucción de los países y el hielo de la Guerra Fría se hizo sentir cuando Checoslovaquia y Hungría quisieron postular a esta ayuda. La Unión Soviética dijo que no podían aceptar. Eran dos visiones de mundo y dos sistemas económicos diametralmente opuestos.

Alemania dividida en sus cuatro zonas de ocupación lidiaba con estas dos visiones. Los americanos estaban obsesionados con desinfectar las mentes alemanas e iniciar un proceso de desnazificación. Eliminaron los símbolos nazis de las edificaciones e intentaron limpiar el territorio de la ideología visible. Llevaron a cabo en la ciudad de Nuremberg el juicio a importantes próceres nazis por crímenes de lesa humanidad. Del mismo modo, obligaron a la población local a remover los miles de cuerpos de las fosas comunes y darles digna sepultura.

El antiguo alcalde de Colonia, Konrad Adenauer, había formado un nuevo partido político, Christian Democratic Union (CDU), que serviría para la restructuración de Alemania. Habiendo participado en el Zentrum y perseguido y encarcelado por los nazis, parecía ser la persona correcta. La Guerra Fría recrudecía y restructurar a Alemania parecía sensato y necesario. La posguerra parecía casi unánimemente abrazar al socialismo. Todos creían en las ideas de Keynes, en la necesidad de la intervención del Estado en la economía. Todos, menos un pequeño grupo de disidentes. Economistas de la llamada escuela austriaca, entre los que se encontraban Ludwig von Misses y Friedrich Hayek. Estos minoritarios se reunirían en un hotel de Suiza, en Mont Pelerin. Estaban preocupados, ya que veían que la libertad estaba en peligro y estaban convencidos que no podía haber libertad política sin libertad económica. Que las dos eran inseparables. A esta reunión llegaron alumnos de la universidad de Chicago, entre ellos, Milton Friedman.

Fue entonces cuando Stalin decidió apoderarse de Berlín y estableció un bloqueo a la parte occidental de la ciudad, como medida de presión para apoderarse de la capital alemana de modo completo. Los norteamericanos decidieron hacer un plan de salvataje que consistió en establecer un puente aéreo para el abastecimiento de la ciudad. Los aviones salían desde la zona americana hasta Templehof llevando las provisiones necesarias para que la población de la ciudad no cayese en manos enemigas. Esto se mantuvo por casi un año. Era común que antes de aterrizar los pilotos americanos lanzaran chocolates Hershey a los niños que se acumulaban cerca del aeropuerto. El esfuerzo logístico y económico de esta heroica acción fue muy alto. Finalmente, el  29 de julio de 1949, Stalin decidió poner fin al bloqueo, con lo que se solucionaba la crisis inmediata. Las tres zonas occidentales decidieron constituir la que sería la República Federal Alemana RFA y nombrarían a Konrad Adenauer como su primer canciller. Del mismo modo, la zona soviética se constituía como la República Democrática Alemana RDA y nombraban a Walter Ulbricht como su jefe, quien respondía directamente al Kremlin soviético. Alemania quedaba dividida en dos. Alemania se convertía en la encarnación de la división del mundo.

Adenauer comenzó la reestructuración de Alemania. Se acercó al mundo judío buscando la reconciliación y llegaría a ser muy amigo de Ben Gurion. Tomó una postura radical en contra del comunismo, entendiendo que el futuro de Alemania dependía del combate a esta ideología. Para la lucha contra el comunismo su principal aliado fue Estados Unidos, aunque su relación con Eisenhower no fue siempre fácil. Pero el gran problema de Alemania Federal fue mejorar la economía, controlar el mercado negro y el desabastecimiento. Adenauer nombró como ministro de Economía a Ludwig Edhard, miembro del grupo de Mont Pelerin y creyente en la libertad económica. Es por esto que aunque Alemania Federal seguía bajo la supervisión de los aliados, Edhard decidió liberar los precios, cosa impensada en el ambiente de la  época. Logró estabilizar el marco y con la libertad de precios, la  economía de Alemania comenzó a mejorar a pasos agigantados.

De hecho, mientras el resto de Europa había optado por el camino del socialismo y el desabastecimiento era la tónica de todos, Alemania tenía los escaparates llenos de productos. Edhard creía en la libertad y en la competencia como el modo más eficiente para crecer y lograr la prosperidad. La libertad económica produjo el llamado “milagro alemán”. El desempleo bajó a tasas mejores que todo el resto de Europa y la bonanza económica hizo a todos mirar con cierta curiosidad. Ningún país de Europa había logrado niveles de recuperación como los de Alemania Federal. Si esto era evidente en relación a todos los países europeos, era aún más explícito con respecto a la otra mitad de Alemania. Esto provocó una fuerte migración, amenazando la sobrevivencia de la Alemania Democrática. Estaba quedando sin personas, por lo que Walter Ulbricht planteó la idea de construir un muro para evitar que la gente emigrara. Así, en 1961, los habitantes de Berlín se sorprendieron cuando un muro de alambres separó a la ciudad en dos. Ese primer muro se fue sofisticando, dividiendo la ciudad en dos por 28 años. El muro sería el símbolo de la Guerra Fría y la frontera de dos mundos irreconciliables

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