Una lectura indispensable para un primer acercamiento de lo que son los últimos dos siglos de la Edad Media es el libro del holandés Johan Huizinga, El Otoño de la Edad Media.
Es un período también conocido como la Baja Edad Media, que Huizinga supo retratar con maestría, con sus descripciones dotadas de gran colorido, exaltando la importancia de los sentimientos, los símbolos y las imágenes, en este período marcado por su violento inicio, de la mano de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Huizinga supo rescatar, en medio de lo que tradicionalmente se conocía como “Crisis Bajomedieval”, la riqueza cultural de una época de transición entre el mundo medieval y el mundo moderno.
Publicada en 1927, el autor retrata la mentalidad de Francia y los Países Bajos durante los siglos XIV y XV, resaltando sus manifestaciones artísticas y literarias, pero también describiendo aspectos de la vida cotidiana, como la actitud ante la muerte el amor, la pomposidad de las ceremonias, la exaltación de los sentimientos y la importancia de las apariencias en contraste con la decadencia de los simbolismos. En su prólogo, el autor explica que este extenso trabajo, en principio, buscaba comprender el contexto histórico e ideológico en el que Van Eyck desarrolla su obra artística. El resultado fue una obra ya considerada un clásico de la historiografía medieval.
La historiografía tradicional describe la Edad Media como aquel extenso período que comprende la historia europea entre los siglos V y XV. Y la llamada “Baja Edad Media” comprende los dos últimos siglos. Una época que tradicionalmente se ha identificado con la crisis que azotó Europa a mediados del siglo XIV, ignorándose su legado cultural y la importancia de éste para el desarrollo de Occidente. A fines del siglo XIII se vive una época de esplendor, cuando los reinos occidentales viven tiempos de bonanza económica, crecen las ciudades y los reyes, gracias al desprestigio que vive el sistema feudal por el aumento de la población urbana, libre de los vínculos vasalláticos, va aumentando su poder, configurándose lo que serán las monarquías absolutas del Mundo Moderno.
En el plano cultural, es el siglo de apogeo de la Escolástica y la Summa Teológica de Santo Tomás. La labor de las órdenes mendicantes ha sido muy fecunda, logrando un mayor acercamiento del laico hacia la vida espiritual, a través de la promoción del culto a los santos, la devoción a la Virgen María, el rezo del Rosario, entre otras muestras de devoción popular. Sin embargo, ya en las primeras décadas del siglo XIV esta bonanza se vio perturbada por una grave crisis económica: varias temporadas seguidas de malas cosechas provocan graves hambrunas, un aumento de la pobreza y gran descontento hacia 1315.
La mitad del siglo trae nuevas convulsiones, que nos hacen notar la crisis que vive el siglo XIV. El primer jinete del Apocalipsis, el Hambre, cabalga desde 1315. Hacia 1330, estalla la Guerra de los Cien Años, que se relaciona con otros conflictos y guerras civiles, involucrando prácticamente a toda Europa Occidental. Es la Guerra, el segundo Jinete. Y en 1348, llega la Peste, tercer Jinete, la mortífera peste bubónica, que diezmó a la población europea. El Cuarto Jinete, la Muerte, llega acompañando al primero de ellos, pero su cabalgada se hará cada vez más temible. Sobre todo con la Peste. A fines del siglo XIV estalla el Cisma de Occidente, que contribuye a una mayor confusión y desamparo de la población europea. Pero no todo es negativo, y por eso es necesario resaltar tanto las luces como las sombras de este período. Toda crisis supone cambio, introspección y crecimiento. Y la crisis del siglo XIV será fecunda para la literatura y el arte.
El siglo XV comienza resolviendo todos los problemas aparecidos en el XIV: lentamente, la población va recuperándose, la crisis económica va desapareciendo, la Iglesia vuelve a unirse y los reinos logran su consolidación, surgiendo con fuerza los nacionalismos. Y en esta época de mayor prosperidad, es comprensible un aumento de la producción artística y literaria, que se nutre e inspira de un nuevo sentimiento, siempre presente en la mentalidad cristiana medieval, pero exacerbado en tiempos de crisis, que valora la vida como algo fugaz y presenta a la muerte como la gran limitante del hombre: Contemptus Mundi (el desprecio del mundo), Carpe Diem (aprovecha el día) y Memento mori (recuerda que eres mortal), a pesar de que parecen tres tópicos muy contrarios entre sí, en realidad son tres caras de la misma moneda: tres formas de enfrentar esta vida perecedera.
Por otro lado, la crisis del siglo XIV, como todas las crisis, trae cambios. Sobre todo, una nueva mentalidad, que se ve sobre todo en la filosofía: la Escolástica, que es la filosofía medieval por antonomasia, es cuestionada por los nominalistas, seguidores de Occam, quienes no conciben una reflexión acerca de lo divino a partir de la razón. Paralelamente, surge con fuerza el Humanismo que busca exaltar las capacidades del hombre: sus talentos, sus sentimientos y sobre todo, su razón. Se ha malentendido como un “Renacimiento”, porque “reviviría” los valores propios de la cultura clásica. Sin embargo, estos jamás se habían abandonado del todo. Y por otro lado, el Humanismo, aunque exalta al hombre y sus capacidades y deja de lado las reflexiones racionales acerca de Dios propias de la Escolástica, no es pagano como la cultura clásica. Tampoco secular como el Racionalismo: es profundamente cristiano, como lo eran los hombres medievales. Y al exaltar al hombre, lo hace resaltando su condición de creatura de Dios, superior por las capacidades que Dios le dio.