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Johann Gottlieb Fichte y el Idealismo Alemán

Hace ya dos siglos, el 29 de enero de 1814 muere, a los 52 años de edad, Johann Gottlieb Fichte contagiado de fiebre tifus contraída por su esposa, ya convaleciente. El famoso profesor de la Universidad de Jena, considerado uno de los padres de idealismo alemán, es una pensador, de difícil comprensión, que se encuentra ensombrecido por la figura de Emanuel Kant que le antecede en el tiempo y de Georg Wilhelm Friedrich Hegel que le sigue, si bien marca un paso decisivo de la Filosofía trascendental al idealismo propiamente tal. Podría pensarse que tanto para Fredrich Shelling como para G. W. F. Hegel resulta un punto de partida decisivo en la configuración de sus sistemas. 

Johann Gottlieb Fichte 1762 -1814

Nació en Rammenau el 19 de mayo de 1762, en una familia humilde, y su primer oficio fue el de pastor de gansos. Su deseo inicial era ser pastor protestante, acostumbrado a memorizar los sermones del pastor de su pueblo y recitarlos a quienes lo hubiesen perdido. Así, ocurrió una mañana cuando el rico señor Miltitz llegó tarde y los aldeanos le remitieron al pequeño Johann, quien le repitió el sermón. Fue así como sorprendido por la capacidad del muchacho el señor Meltitz solventó sus estudios en la escuela donde se preparaban los jóvenes para este oficio.

Pasados los años, y junto a la lectura de la ética de Benito Baruch Spinoza, que parece haber sido decisiva para él, se alejó de la predicación de la fe y se empeñó por introducirse cada vez más en el estudio y la enseñanza de la filosofía.

Baruch Spinoza 1632 – 1677

Podemos acercarnos al pensamiento de este profesor alemán por medio de tres obras fundamentales que son “La doctrina de la ciencia”, de la cual actualmente se conocen más de veinte redacciones, “Los caracteres de la edad contemporánea” y “Los discursos a la nación alemana”.

Es un filósofo que conoce muy bien el pensamiento de Emanuel Kant y llega afirmar que éste tiene la verdadera filosofía, pero sólo en sus resultados, no en sus fundamentos. Será la reflexión sobre estos fundamentos explicitados por Fichte los que se encuentran muy presentes en el idealismo alemán.

Es así como comienza la fundamentación de la crítica, e influenciado, tal parece, por el pensamiento de Salomon Maimon, procede a la eliminación de la famosa “cosa- en –sí” kantiana. Si para Kant resulta ésta inimaginable e incognoscible, Fichte, la declara sencillamente inverosímil. Se trata del resto de dogmatismo que aún pervive en Kant, afirmando que el sujeto es afectado por algo que no es puesto por él. Pero para Gottlieb Fichte la “cosa- en- sí” es puesta también por el sujeto cognoscente.

Emanuel Kant había afirmado que la forma del conocimiento la da el entendimiento. Así no conocemos de las cosas sino sólo lo que nosotros hemos puesto en ellas, en ese sentido el “yo-pienso” es previo a todo conocimiento. Avanzando sobre esa senda Gottlieb Fichte piensa que la “cosa-en-sí”, o noúmeno, también es puesta por el “yo- pienso”, que es “acción”. De esta manera, cualquier resto de realidad objetiva que quede con los planteamientos de Emanuel Kant, es removido por el idealismo fichtiano, quien diluye toda la realidad objetiva extramental, quedándonos con el yo puro, como la única realidad, que luego Schelling tomará, llamándola “Absoluto”.

Para Kant la cosa en sí es independiente del sujeto, y Fichte saca las consecuencias que Kant no enunció, pues para él el objeto todo es constituido por el sujeto, pues todo lo que podamos pensar de la realidad es algo puesto por el yo que piensa.

Ésta primacía del yo, para Gottlieb Fichte encuentra su raíz más profunda en la facultad práctica en la que radica y al que se adhiere todo lo demás. El “yo” no es algo que tiene la facultad, no es una sustancia, no es capacidad alguna, sino que es en cuanto que actúa.

Queda así enunciado ya filosóficamente lo que el Romanticismo alemán por boca de Goethe dirá en el Fausto: “In principio erat actum”. De tal forma que el “yo- pienso”, que es acción, es el principio absolutamente primero, totalmente incondicionado, de todo saber humano y de toda realidad.

La formulación que el autor realiza de su principio supremo es yo = yo. Aunque coincide con el principio de identidad A = A, éste último aunque sea universalmente válido, no significa que ponga algo en la realidad, no significa “A es”, es sencillamente una consecuencia lógica. A diferencia del principio de Fichte que es un hecho, es la acción originaria, es la actuación en la que el yo se pone a sí mismo, pone su propio ser, es decir “Yo soy yo”, en definitiva “Yo Soy”. El yo es así lo determinante del ser. Así pues, si a la realidad en sí misma se le podrá llamar “Sustancia” con Spinoza, “Absoluto” con Shelling, “Idea” con Hegel; entre Spinoza y Shelling, Fichte la llama “Yo”.

G.W.F. Hegel

El idealismo absoluto que presenta Hegel pretende dejar atrás la dualidad kantiana entre lo fenoménico y lo nouménico, y cancelar así este mundo doble mantenido en Kant, sirviéndose de la negación de la verdad de lo finito y lo múltiple por medio de la dialéctica, que encuentra un precedente en Fichte quien manifiesta la opción de considerar la praxis humana como principio absoluto.

Es cierto que conocer, en cuanto conocer, universaliza al cognoscente, le infinita, porque en el alma cognoscente existe de alguna manera todo el universo en cuanto conocido. Esto constituye un descubrimiento que como en tantas ocasiones, ha hecho que se finalmente se pierda de vista el hombre cognoscente, que es el hombre quien conoce, como afirmaba Nicolás Bediaev, y así se esfuma toda la singularidad del hombre pensante. Fichte al reflexionar en lo que es conocer fue perdiendo de vista que es el hombre el que conoce, y así se eclipso en sus planteamientos el ser personal, su conocimiento y su libertad, sin llegar a ellos. No es algo del todo infrecuente, puesto que situaciones similares parece que se han producido en otros momentos también, por ejemplo, con Parménides, Averroes y después Hegel.

Fichte observaba que en la terminología kantiana toda intuición se dirige hacia un ser, que sería un “ser- puesto”, un “estar”, así la intuición intelectual sería la conciencia inmediata del ser no sensible, pero para la teoría de la ciencia de Fichte todo ser es necesariamente sensible, de este modo la intuición intelectual de que trata la obra de Fichte no iría a un ser, sino a una actuar, que podría estar contenida en la apercepción pura de Kant.

Escribe así: ”Atiende a ti mismo: vuelve tu mirada de todo lo que te rodea a tu interior – esta es la primera exigencia de la filosofía a su aprendiz. No se habla de nada que esté fuera de ti mismo, sino únicamente de ti mismo”. Se trata, según parece, de un inmantismo total, es como un volver sobre sí para quedar capturado en sí mismo.

Estás ideas ejercen su influencia en el curso que siga el pensamiento filosófico en adelante. El “yo-pienso” de Fichte, se consolida en la idea en “Absoluto” para Shelling, la “Idea” luego, en Hegel, que bajo la crítica de Ludwig Fuerbach a este último, se trasforma en el “Sentimiento”.

Las consecuencias prácticas de estas ideas del autor se plasman en lo que Johann Gottlieb Fichte piensa sobre la historia y luego en alguno de los mensajes que brinda a la nación alemana en sus famosos discursos.

Detengámonos a considerar brevemente algunas de las ideas expresadas en las lecciones recogidas en “los Caracteres de la Edad Contemporánea” y posteriormente en los “Discursos a la Nación alemana” para descubrir, tal vez, algunos ecos contemporáneos de las reflexiones de este autor.

Avancemos un breve tramo del primero de estos textos. En él el autor afirma en principio y con verdad que toda la multiplicidad debe reducirse a la unidad, y precisamente a la unidad de un concepto. Planteamiento muy sugerente, pero fácilmente distorcionable. Apreciemos la interpretación de Fichte. Dirá que toda experiencia se deriva de una idea previa, que le permite describir a priori la totalidad del tiempo y todas posibles épocas de él. Plantea entonces un concepto unitario de la totalidad de la vida a partir del cual se pueden hacer surgir como consecuencias todas las épocas de la historia, en orden al desarrollo en el tiempo que da el cumplimiento al propósito expresado en esa primera idea sintética. Ésta primera idea fundamento es meramente señalada por Fichte como un supuesto y dice: El fin de la vida de la Humanidad sobre la tierra es el de organizar en esta vida todas las relaciones humanas con libertad según la razón.

Es sumamente interesante cómo de este principio hace derivar todo el curso de la historia, pues para lograr este cometido es que la humanidad atraviesa cinco momentos distintos pero internamente relacionados. Con este principio como eje se divide la vida de la especie sobre la tierra en dos edades capitales, una primera, en la que la especie vive y es sin haber organizado todavía con libertad y según la razón sus relaciones, una segunda, en la que se lleva a cabo esta organización de la libertad conforme a la razón.

En esta primera época no es que la vida del hombre no se rija según la razón, sino que la razón rige sin libertad, y actúa como fuerza y ley natural, moviendo al hombre sin la intelección de los fundamentos, o bien sólo en la obscuridad de los sentimientos, es decir, como un obscuro instinto. Aquí el instinto es ciego, en contraposición con la libertad que es vidente, porque la libertades consciente de los fundamentos, es decir, es un impulso vivido conscientemente. Por ello, entre el dominio de la razón sin libertad y de la razón libre, debe necesariamente insertarse otra época: la época de la conciencia o la ciencia de la razón.

No obstante, el instinto, como mero impulso, repele la ciencia. En consecuencia para el surgimiento de la ciencia se supone la liberación del impulso ciego, y por ende, surge en consecuencia un nuevo período entre el domino del instinto racional, y la ciencia racional: la época de la liberación frente al instinto racional. Pero, ¿cómo podría la vida humana quedar libre de aquello que le mueve inconscientemente? Por eso, dirá, es menester que una época posibilite este crecimiento y que debe insertarse a continuación de la segunda.

Esta época nace como el resultado provocado por el instinto de la especie que se erige como una autoridad exteriormente imperativa y mantenida en vigor con medios coactivos, por obra de los sujetos más fuertes, en quienes se expresa este instinto del modo más puro y amplio, que hacen despertar en los demás la razón, que se expresa en un impulso por la libertad personal, que se rebela ante la imposición externa que le usurpa sus derechos a ser libres, a hacer y decir lo que quieran. Esta autoridad exteriormente constituida despierta en los demás individuos la razón, sobre todo como impulso a la liberación, que no se rebela nunca contra sí misma, pero sí contra la intromisión de un instinto extraño que le usurpa sus derechos. Es decir, en el fondo, no es que la razón se libera contra su propio instinto sino frente al instinto de otro. Y así en esta época la especie quisiera liberarse de la autoridad para vivir según su libertad, satisfacer por sí mismo con consciencia los impulsos que le mueven.

De este modo tenemos que entre el dominio del instinto racional y la liberación de este dominio, se encuentra un miembro intermedio expresado en una época en que existe una autoridad extrínseca al sujeto. Es la época de la liberación directa frente a la autoridad exteriormente imperativa. Finalmente ésta época final de pura libertad organizada según la razón, no es sino la organización de las libertades según el estado. Para Fichte la perfección de la vida humana en la tierra es el surgimiento de un estado perfecto, que hace posible la organización de la libertad de los ciudadanos.

Existen por lo tanto como consecuencia cinco épocas fundamentales de la vida de los hombres en la tierra. Cada una parte de algunos pocos, pero finalmente les penetra a todos, y lo llena todo, durando un espacio, entrecruzándose con otras y en parte corriendo de forma paralela, hasta la consumación del tiempo en la quinta edad. Estas son así enunciadas por él mismo:

1. La época del dominio incondicional de la razón por medio del instinto. 2. La época en que el instinto racional se ha convertido en una autoridad exteriormente coactiva, que apetece imponerse por la fuerza y exigen fe ciega y obediencia incondicional: estado de pecado incipiente. 3. La época de la liberación, directamente del imperios de la autoridad, indirectamente de la servidumbre del instinto racional y de la razón en todas sus formas: la edad de la absoluta indiferencia hacia toda verdad y del completo desenfreno sin guía ni dirección alguna: el estado de la acabada pecaminosidad. 4. La época de la ciencia racional, la edad en que la verdad es reconocida como lo más alto que existe y es amada del modo también más alto: el estado de justificación incipiente. 5. La época del arte racional: la edad en que la humanidad, con mano segura e infalible, se edifica a sí misma, hasta ser la imagen exacta de la razón: el estado de acabada justificación y salvación.

Por medio de este camino, dirá el autor, la humanidad no hace sino volver a su origen. Es un camino que la humanidad debe recorrer por sí misma; por sus propias fuerzas debe hacerse nuevamente a sí misma, aquello más alto a lo que puede aspirar. Para ilustra su pensamiento toma como imagen el Paraíso y dice así: “Del Paraíso despierta la humanidad a la vida. Apenas ha cobrado valor para arriesgarse a vivir una vida propia, viene el ángel con la espada de fuego de la coacción que hace ser recto, y expulsada de la sede de su inocencia y de su paz. Vagabunda, fugitiva, yerra entonces por los desiertos vacíos, no atreviéndose apenas a fijar el pie en ninguna parte, de temor que el suelo se hunda bajo sus pasos. Prudente por magisterio de la necesidad, va reconstruyéndose penosamente, y arrancada del suelo, con el sudor de su rostro, las espinas y los abrojos del yermo para cultivar el fruto amado del conocimiento. El goce de este fruto le abre los ojos y le robustece las manos, y entonces se edifica su propio Paraíso según el modelo del perdido; brota para ella el árbol de la vida, extiende su mano hacia el fruto y come y vive en la eternidad”.

Para Fichte al momento de dar esta segunda lección, la humanidad, cual más, cual menos, atraviesa la época de la rebelión contra toda autoridad. Años más tarde, cuando da sus discursos a la nación alemana, le parece encontrarse ya, más bien, en la cuarta edad.

Ahondemos, un poco más en estas ideas expuestas, sobre todo respecto a la tercera edad. Liberación, es para Fichte, el estado en que la especie humana se hace poco a poco más libre, ya en este individuo, ya en este otro, ya de éste, ya de aquello a lo que la autoridad le mantenía atado con cadenas. El instrumento de esta liberación es el concepto, traducido en no admitir como existente y obligatorio absolutamente nada más que aquello que se comprender y concibe claramente.

Dirá también que resulta un error grave y fundamento de todo los restantes el que el individuo se figure a sí mismo como existente y viviente y penante, capaz de obrar por sí mismo, y que uno mismo crea que es él mismo el que piensa y obra, cuando en realidad él solamente es un pensamiento aislado del pensar uno, universal y necesario. Idea que adelanta los sonidos de Hegel. Pero así también, afirmará, como consecuencia de que aquello que yo no comprendo no existe, es que no puedo concebir nada absolutamente nada más que aquello que se refiere a mi personal existir y bienestar; Luego tampoco existe nada más; y el mundo entero sólo existe realmente a fin de que yo pueda existir y encontrarme bien en él. Aquello que no concibo cómo se refiera a este fin de mi bienestar, no existe, ni me afecta en nada.

En esta tercera edad, según Fichte “sólo mirara en todas partes a lo inmediato y materialmente útil, a la habitación, el vestido y lo que le sirva de alimento, a la baratura, la comodidad y, donde pique más alto, a la moda;…Con respecto a la constitución legal de los estados y del gobierno de los pueblos, una edad semejante, impulsada por su odio contra lo antiguo, edificará constituciones políticas sobre abstracciones llenas de aire y vacías de mayor contenido, y emprenderá el gobernar con frases retumbantes, sin un poder externo firme e inexorable, a unas generaciones degeneradas, o bien, sostenida por su ídolo, la experiencia, en todo acontecimiento, grande o pequeño,…Con respecto a la moralidad, reconocerá por única virtud el fomentar el propio provecho, añadiendo, a lo sumo, ya para salvar el honor, ya por una inconsecuencia, que también el del prójimo – bien entendido, si no es contrario al nuestro- y por único vicio, errar contra el propio interés…En suma, y para decirlo con una sola palabra, una edad semejante se halla a su altura cuando ha visto claro que la razón, y con ella todo lo superior a la mera existencia sensible de la persona, es simplemente una invención de ciertos hombres ociosos que se llaman filósofos”.

Y continua su descripción: ”Con indecible compasión y lástima se echa la vista a las edades anteriores, en las cuales los hombres eran aún tan estúpidos que se dejaban arrebatar por un fantasma de virtud y por el sueño de un mundo suprasensible el goce que se encontraba ya al alcance de sus labios; a esas edades de la oscuridad y de la superstición, cuando no habían llegado todavía ellos, estos representantes de los nuevos tiempos, y no habían escrutado e investigado aún por todos lados las profundidades del corazón humano, ni habían hecho aún el grande y sorprendente descubrimiento, ni lo habían proclamado en alta voz, ni lo habían difundido por todas partes, de que este corazón (el del hombre) en el fondo y en su raíz sólo es inmundicia”.

Parece algo artificioso y nada real desde el punto de vista natural, que en el curso de la historia planteado por Fichte a esta edad tercera, así descrita por él, sigua una cuarta en la cual la verdad sea reconocida, como antesala de la quinta, que es la de la organización de todas las libertades según la verdad. Esto es según su lenguaje, que el género humano pase del estado del “acabada pecaminosidad”, al de una “justificación incipiente”, para luego instalarse definitivamente en una “acabada justificación y salvación”, en la que se consolida la quinta edad, que es la consumación de la vida humana sobre la tierra, en la que así misma se justifica y auto-redime por medio de la organización de la libertad según la razón.

Desde la consideración de la descripción de esta tercera edad, parece que lo que podría ocurrir, más bien, es que producto una total anomia, que se traduce en un caos de libertades, para lograr un mínimo de organización deba reconocerse “la verdad” de que hay que someterse al “algo que organice”, en las determinaciones prácticas, para luego prácticamente someterse. Lo cual significa que la anomia en el corazón de los hombres sigue presente, pero externamente, hasta cierto margen, se respeta el mandato por la presión de quien organiza regulando, que posibilita sin auténtica unidad, la tolerancia en la pluralidad. Este “algo que organiza” la vida colectiva afirma que es el Estado.

Tal parece que esta cuarta edad no llega tras la tercera sin una manipulación, más bien se pasaría de la tercera a la quinta, por un estado intermedio artificial, que en definitiva hace en el fondo que la quinta época coincida en la práctica con lo que él describe como la segunda.

Esta total libertad del hombre fuera de toda autoridad es lo que mejor garantiza el surgimiento de una fuerza coactiva a quien nadie pueda resistir, en la medida que colectivamente se experimenta que se es libre ante su presencia. Podemos relacionar esto con lo expresado por Spinoza en el “Tratado teológico – político” cuando afirma que lo que mejor asegura el poder inconmovible del estado es dejar que todos digan y hagan lo que quieran.

Una vez deshecho el principio de autoridad, que da paso a una anomia colectiva, el orden finalmente se produce por un sometimiento total del ciudadano en lo práctico, sin coacciones propiamente morales en el plano de su vida interior, donde puede hacer y decir lo que quiera, pero si quiere progresar en la vida social, debe querer y decir lo que el estado.

Desde esta tercera edad descrita por Fichte se va avanzando consecuentemente a la conducción del ciudadano respecto de los deberes y derechos sociales, en orden al definitivo establecimiento perfecto del hombre en sociedad, como intento de alcanzar por sí mismo la paz social.

Esta autoredención del género humano, según la llama Gottlieb Fichte, necesita de un instrumento que la haga posible, que es descrito en sus discursos a la nación Alemana y conduce el paso de la tercera a la cuarta época y garantiza el advenimiento de la quinta. Tomaremos ideas del undécimo discurso a la nación alemana para concluir.

El autor considera que la época tercera va quedando atrás, y orienta sus especulaciones a lo que será finalmente la configuración pacífica del género humano sobre el orbe. Para ello es necesario iniciar la formación de los hombres que liderarán este proceso de trasformación de la humanidad. Ello se lleva a cabo por medio de la educación, que es para él ahora “la cuestión más importante y la única urgente, por medio de la cual introducir la reforma y la trasformación del género humano”.

Pregunta ahí: ¿Quién debe educar? Y responde: “El estado sería entonces hacia el que en primer lugar tendríamos que dirigir nuestras miradas expectantes. Para ello debe arrebatar a todo otro la primacía en la educación. La educación debe ser toda del estado. La educación para la vida en la tierra es imprescindible, primera”. Esta vida en la tierra es la vida ciudadana, esa es la primera vida, la que debe ser garantizada, a esta vida social es lo supremo.

Esta educación impactará primeramente y positivamente la economía, dice:”Todos los sectores de la economía alcanzarán en corto espacio de tiempo y sin gran esfuerzo una prosperidad como jamás se ha visto antes. Por ello todo el desembolso inicial que el estado realice en esta materia se compensará con crecidos intereses. Así, el bienestar económico del pueblo aumentaría y junto con la riqueza de la nación, de tal manera que en un estado que se implantase tal educación, las penitenciarías y reformatorios se verían notablemente reducidos, y las entidades benefactoras desaparecerían por completo, pues ya no habría pobres”. Pues, para Fichte, sólo la educación puede salvarnos de los males que nos oprimen.

Así el estado debe propagar esta educación por todo el territorio para todos sus ciudadanos futuros sin excepción, alzando al estado como “regente supremo de los asuntos humanos y como tutor de los menores”. Así ostenta naturalmente el derecho a obligarles a todos los ciudadanos una educación tal.

Para el profesor de Jena, “el primer estado en llevar a cabo este proyecto tendrá por esto la mayor gloria”. Y no se encontrará sólo, sino que pronto tendrá seguidores e imitadores, lo importante es empezar, afirma. Después de veinticinco años los alemanes podrían ver a esta nueva especie brotar en sus suelos y verlos con sus propios ojos. Es una educación que les inicia en el gran arte de la vida que es la actividad, para suprimir la caridad.

Empeñado en este propósito comenzará el estado viéndose a sí mismo como quien contribuye con su parte en este cometido, pero pronto se dará cuenta que no es parte sin que es el todo, “y que el cuidar del todo no es para él un deber sino un derecho. A partir de este momento desaparecerán todos los esfuerzos individuales de las personas particulares y se subordinarán al plan general del estado”.

En este discurso advierte del lento y difícil comienzo pero que “¡Que nadie desista por ello de empezar!” Comience por los pobres, por los que no pueden pagar, así los regenerará. “¡No temamos que la pobreza y el embrutecimiento de su estado interior pueda ser perjudicial para nuestro objetivo! ¡Arranquémosles por completo y de repente de su estado y llevémosles a un mundo totalmente nuevo!; no dejemos en ellos nada que pueda recordarles lo antiguo; se olvidarán hasta de sí mismos y existirán como seres recién creados”. En los alumnos se grabará sólo lo bueno. Siendo el estado como “Regente supremos de los asuntos humanos” quien dice que es lo bueno.

Y finaliza el discurso “Y por eso pienso que, con un poco de buena voluntad, no hay en la realización de este plan ningún obstáculo que no pueda fácilmente ser superado con la unión de unos cuantos que encaminen todas sus fuerzas hacia esté único objetivo”.

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