En otras ocasiones hemos reflexionado sobre los cuentos de hadas y sobre el enorme potencial educativo que estos poseen. En esta oportunidad queremos detenernos en el análisis y comentario del cuento “La Sirenita” de H.C. Andersen, el cual nos muestra una visión sobre el amor humano que difícilmente puede encontrarse en otros relatos, pero además expresado con una belleza y calidad literaria excepcional. No es inusual encontrarse con comentarios que tienden a menospreciar estos cuentos como si fuesen para niños o que por su exceso de fantasía no tendrían otra finalidad más que entretener, cuando en realidad, son cuentos que contienen profundas verdades sobre el hombre, sobre el mundo y sobre Dios que no podemos dejar de descubrir y apreciar. Este, por otra parte, es conveniente analizarlo dado que la idea que tenemos de él está asociada con la película de Disney del mismo nombre estrenada en 1989 y que poca relación guarda con la versión original.
“En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas”. Así comienza este cuento que nos hará vivir un viaje de ascenso, desde el fondo del mar hasta más allá de la superficie. Una búsqueda de plenitud y felicidad que supondrá para la Sirenita una entrega y una renuncia total. Veremos si lo consigue.
Las sirenas son, según leemos en la Odisea de Homero, unos seres mitológicos, mitad mujer y mitad pájaro, que a través de su canto atraen a los marineros y se los devoran. Ulises sigue las instrucciones de Circe para poder superar el obstáculo que ellas representan. Las sirenas de Andersen poco tienen que ver con estas. En primer lugar, son mitad mujer y mitad pez y no buscan devorar a los hombres, sino más bien, estar lejos de ellos porque los consideran peligrosos, pero todas al cumplir quince años tienen la posibilidad de ir a ver el mundo de ahí arriba. La Sirenita, la menor de todas, tiene que esperar más que el resto, pero guarda en su corazón un deseo profundo de contemplarlo. “¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!”. Tiene un deseo de cielo, un deseo de algo que está más arriba y que colma sus ansias de felicidad. Este “cielo” anunciado, no es otra cosa que la manifestación de su deseo de plenitud, que se va haciendo más grande a medida que sus hermanas le van contando lo que viven allá arriba. Ella sabe esperar, ella, a diferencia de Ariel, la protagonista de la película de Disney, no es impaciente ni desobediente, sino que guarda en su corazón una sabia esperanza. Sabe y confía que llegará su tiempo y empieza a vivirlo en lo profundo del mar.
Por fin llega el anhelado día. Su padre le anuncia que ya puede subir y le advierte de los peligros que puede encontrarse. Ella, luego de besarlo, se pone a nadar a toda velocidad. Al salir a la superficie, entre el brillo del sol y el colorido del paisaje, advierte la presencia de un barco en el que aprecia la belleza de un Príncipe que celebra una gran fiesta. La Sirenita se enamora profundamente. En los cuentos, no hay tiempo para poder desarrollar el paso del enamoramiento al amor real. Aquí se expresa en un solo acto. La Sirenita no está solo cautivada por el físico del Príncipe, sino que lo ama verdaderamente. Pronto, la alegría de la fiesta se acaba por una gran tormenta que hunde el barco. El Príncipe, inconsciente, es rescatado por la Sirenita que lo ama aún más intensamente y no quiere separarse de él. Pero en ese momento, unas voces de mujer la obligan a esconderse entre las rocas. “-¡Corran! ¡Corran! -gritaba una dama de forma atolondrada- ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito…! ¡Ha sido la tormenta…! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda…”. El Príncipe reacciona y lo primero que ve es el hermoso semblante de la más joven de las damas. “-¡Gracias por haberme salvado! -le susurró a la bella desconocida”. La Sirenita, “pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse”. Esto es lo que le pasa al que ama, que nunca quiere separarse del amado. Ella hubiera permanecido allí, a su lado, viviendo para el Príncipe y sintiéndose amada por él. Pero tuvo que dejarlo, sabiendo incluso que nunca podría volver a estar a su lado. No obstante, ella estaba dispuesta a luchar por lo que amaba. ¿Lo estamos nosotros?
Su dolor le lleva a recurrir a la Hechicera de los abismos. Ella le puede dar la posibilidad de convertirse en una mujer con piernas de verdad y así poder amar al Príncipe convertida en mujer, pero, ¿a qué precio? Le dice la Hechicera: “¡Por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor”. La Sirenita es puesta a prueba, si quiere amar, tiene que aceptar el sufrimiento. Esto que en principio nos parece una terrible proposición de una bruja malvada, no es otra cosa que lo que cada hombre, lo que cada uno de nosotros, debe enfrentar cuando se decide verdaderamente a amar. El amor va ligado íntimamente al sufrimiento. No es posible concebir el amor sin aceptar que puede conllevar dolor, pérdida, renuncia. Decir “no” a la propuesta, nos encierra en nosotros mismos y nos incapacita para amar. Querer amar, pero sin aceptar lo que ese amor puede suponer, es querer un “amor a medida”, a medida de nuestro gusto y capricho. Te amo, siempre y cuando…, te quiere, solo si… Esta condicionalidad no es propia del amor propiamente humano. La Sirenita, sin dudarlo, acepta, ella ama de verdad.
Pero la exigencia es aún mayor. Sigue diciendo la hechicera: “¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola”. Terrible propuesta, pero muy real. El amor verdadero es un amor que exige la renuncia de sí mismo. Amar es darse, entregarse a sí mismo a aquel al que uno ama. La voz de las sirenas es símbolo de su propio ser, de lo que ellas son en realidad. Una sirena sin su maravillosa voz es como un ave sin alas. Se pierde su razón de ser. Por eso, renunciar a la voz es renunciar a sí misma, pero no por masoquismo, sino por amor. Es darse para tenerse completamente. Lo que en realidad nos constituye, nos define, es el amor que somos capaces de vivir. Y la Sirenita dice sí. La Sirenita ama hasta el extremo de renunciar a sí misma, aun sabiendo que su amor puede no ser correspondido. No ama porque la aman, no ama, con la seguridad de que todo irá bien, de que no sufrirá, de que será correspondida y se lo pasará bien con el Príncipe, ama porque quiere darse, quiere entregarse completamente para hacer feliz a aquel que es objeto de su amor. Es la máxima incondicionalidad en el amor. Así es el amor de esta muchacha mitad niña, mitad mujer.
Lo que sigue a continuación es desgarrador. La Sirenita va en busca del príncipe, pero cuando intenta caminar cae desmayada del dolor que le anunció la hechicera. Siente como cuchillos que le atraviesan los pies. Al despertar, el Príncipe la encuentra y la lleva a su casa, donde comienzan a labrar una amistad. Pero mientras más crece el amor de la Sirenita, más entiende que quien está en el corazón del Príncipe es aquella mujer que él contempló en su naufragio. Mujer que finalmente aparece en la vida del Príncipe y que él hace su esposa. El dolor de la Sirenita es mayúsculo. Sabe que se quedará sin nada, que tendrá que desaparecer como espume de una ola. Y acepta su fatalidad con la convicción de que ha amado y se decide a lanzarse al mar. Pero aún quedaba algo más.
Las hermanas de la Sirenita le ofrecen una oportunidad de recuperar su vida, una oportunidad de volver a recuperar su cola de pez y no tener que convertirse en espuma de olas. Para eso le ofrecen un puñal mágico que consiguieron de la Hechicera a cambio de su propio pelo. Sirenita debe matar al Príncipe y recuperará su vida. Pero, ella ama de verdad y el que ama quiere el bien del amado. Es incompatible ese amor con procurar algún mal para aquella persona que se ama. “Sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Pero cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma”. Su entrega es total, su donación alcanza hasta el olvido total de sí misma por amor. Pudo salvarse, pero era a costa de terminar con su amado y no era posible. ¿Vale la pena amar de ese modo, entregarse de esa manera, para nada? La respuesta la da el final del cuento. Nunca es para nada. Es para conseguirlo todo, porque el amar de ese modo constituye la verdadera felicidad si está puesto en el objeto adecuado. “-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!”. Las voces son de las hadas del viento. Ellas no tienen alma, pero su misión es ayudar a quienes han demostrado amar de verdad, a quienes han demostrado buena voluntad. “¡Ven con nosotras! -¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron”.
El amor de la Sirenita no ha sido en vano, sus buenas acciones, su amor incondicional, su aceptación del sacrificio y de la entrega es lo que le da la verdadera felicidad que es eterna y no perecedera. “Se oyeron de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo”. Lo ha conseguido, ha amado hasta el final, ha tenido incluso buenos sentimientos por la esposa del Príncipe, por aquella que le arrebató su amor, ha amado al mismo Príncipe hasta el final y por eso “se elevó hasta el cielo”. Sí, la Sirenita se fue al cielo, la Sirenita alcanzó la felicidad, la que propiamente busca el hombre, que no es necesariamente haber conseguido un amor humano, sino haber vivido hasta la perfección la entrega de sí misma a otro. Sí que podría parecer un final poco feliz, sobre todo en relación con el final de Disney en el que terminan casándose y juntos para siempre. Pero, aquí se trata de la felicidad del Príncipe que está junto a su esposa y de la perfección y realización de la Sirenita por el amor. Muchas veces pensamos que la felicidad está en que se haga nuestra voluntad y la Sirenita nos enseña que está más bien en entregar nuestra voluntad por amor a otro.