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La Virgen del Carmen en la Génesis de la Nación

El desastre de Rancagua marcó el término de la Patria Vieja y significó la restauración del régimen realista. Para los patriotas fue el fin de una etapa pero no de sus sueños de libertad y autonomía. Muchos emprendieron el éxodo a Mendoza desde donde retomaron la bandera de la Independencia chilena y americana.

O’Higgins, acompañado de su madre y hermana, inició la travesía de los Andes en dirección a Mendoza el 3 de octubre de 1814 donde fue recibido por el gobernador de Cuyo, José de San Martín. El general chileno permaneció en esta ciudad un par de meses y a principios de diciembre se dirigió a Buenos Aires, donde vivió hasta los primeros días de febrero de 1816, fecha en que retornó a Cuyo para comenzar la preparación del Ejército Libertador.

Durante el tiempo de preparación del Ejército en Mendoza, San Martín pudo observar que gran parte de los soldados y oficiales portaban el escapulario del Carmen y tenían la costumbre de rezar el rosario al atardecer. Al acercarse el momento de iniciar el cruce del macizo andino, San Martín, al mando de aproximadamente 5.000 hombres y con el destino de dos naciones en sus manos, quiso poner al ejército bajo la protección de la Virgen en alguna de sus advocaciones. Conocía San Martín el ejemplo del general Belgrano quien se había encomendado a la Virgen de la Merced en Tucumán y que ya en 1814 le había aconsejado, “no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre Nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa”. Al mismo tiempo, poco antes del cruce de los Andes, Pueyrredón le recomendaba, “ojalá sea usted oído por nuestra Madre y Señora de las Mercedes”. 

La costumbre de nombrar patronas celestiales encuentra algunos antecedentes en América del Sur. En 1783 el presidente de Quito, José García de León y Pizarro, obsequió a Nuestra Señora del Guápulo un bastón de marfil en acción de gracias por preservar la paz. También dispuso se pusiera un cuadro alusivo al hecho en el cual aparece él de rodillas ofreciendo a la Virgen del Guápulo el bastón presidencial. Otra ocasión se produjo en 1811 cuando el virrey Abascal, en una solemne misa que se celebró en el Templo de Santo Domingo de Lima, con motivo de la instalación del regimiento de la Concordia, depositó un bastón de oro en las manos de la imagen de la Virgen del Rosario, al mismo tiempo que colocó en su altar todas las banderas ganadas al enemigo.

No obstante las sugerencias de sus superiores, San Martín no nombró como Patrona del Ejército Libertador a la Virgen de La Merced. Había observado que la devoción a la Virgen del Carmen estaba muy arraigada en la provincia de Cuyo y que además numerosos oficiales chilenos eran miembros de la Cofradía del Carmen de Concepción, figurando entre estos los hermanos Francisco y Manuel Bulnes, Luis de la Cruz, Joaquín Prieto y Ramón Freire. 

En clara muestra de su sentido práctico y para evitar disputas sobre este punto, tomó la decisión de llamar a una junta compuesta por los oficiales de mayor graduación a quienes les pidió que eligieran una advocación mariana bajo la cual se encomendaría el Ejército de los Andes. Los oficiales después de reunirse y votar, le comunicaron a San Martín que la triunfadora había sido la Virgen del Carmen. 

El 5 de enero de 1817, en vísperas de iniciar el memorable cruce de los Andes, las máximas autoridades del ejército y de la ciudad de Mendoza, se reunieron con la finalidad de jurar a la Patrona del Ejército y a la nueva bandera nacional argentina, que había sido reconocida como tal por el Congreso de Tucumán. 

Los actos se iniciaron a las diez de la mañana en la iglesia de San Francisco, justo en el momento en que los ocho templos de Mendoza comenzaron el repique de sus campanas. Al unísono, el Ejército inició su marcha por La Cañada en dirección al lugar donde se desarrollaría la ceremonia oficial. Los días previos las autoridades habían llamado a los mendocinos a adornar sus casas y volcarse a las calles para despedir a los hombres que pronto emprenderían el cruce de la cordillera. Se culminaba de esta forma el proceso de preparación y se iniciaba el que llevaría a la obtención de la libertad de Chile.

El desfile militar detuvo su camino por primera vez frente al templo de San Francisco para esperar que saliera de él la Patrona Electa, la Virgen del Carmen, y después, continuó su marcha en dirección a la iglesia Matriz para bendecir el bastón de mando de San Martín y la bandera. Después de una misa solemne, las autoridades, el público y las tropas se dirigieron a un altar emplazado en el exterior de la iglesia, donde estaba instalada la imagen de la Virgen del Carmen. Según relato de Bartolomé Mitre, “San Martín puso su bastón en la mano derecha de la imagen, como Belgrano lo había hecho en vísperas de la Batalla de Salta con la Virgen de las Mercedes… y tomando la bandera subió con ella a la plataforma levantada en la plaza. Todos los cuerpos presentaron armas: los tambores batieron marcha de honor, y siguió un religioso silencio. ‘Soldados -señaló San Martín- esta es la primera bandera independiente que se bendice en América’. La batió por tres veces mientras el pueblo y las tropas lanzaban un estruendoso ¡Viva la Patria! Después de una triple descarga de fusilería, a la cual siguió una salva de 25 cañonazos, San Martín escoltó la imagen de la Virgen hasta su iglesia”. Una de esas banderas, serviría décadas después para amortajar los restos del prócer cuando estos fueron repatriados desde Francia a Argentina.

La imagen de la Virgen del Carmen de Cuyo que presidió esa histórica ceremonia se conserva hasta nuestros días en el altar mayor de la Iglesia de San Francisco en Mendoza. Su veneración data de comienzos del siglo XVIII, cuando Pedro de Núñez, hombre de gran fortuna y devoción, la hizo llevar desde Chile para donarla al templo de los jesuitas donde funcionó desde 1705 la primera Cofradía del Carmen de la ciudad. Con posterioridad a la expulsión de los jesuitas en 1767, la cofradía y la imagen se trasladaron a su actual ubicación.

La Virgen del Carmen, un símbolo para la nueva república

Los sucesos políticos ocurridos a partir de 1810 alteraron la normal comunicación entre las distintas órdenes religiosas al modificar las relaciones entre peninsulares y criollos. En esos años, la devoción por la Virgen María ocupaba un primerísimo lugar en la fe de los habitantes del Reino. Un interesante estudio del padre Gabriel Guarda señala que la mayoría de los templos en esos años tenía por titular alguna advocación mariana, siendo las más populares la Virgen del Rosario, la de la Merced, la de la Inmaculada Concepción y Nuestra Señora del Carmen. Durante el periodo de la Independencia las preferencias de los realistas se inclinaron hacia la Virgen del Rosario o de la Merced mientras la Virgen del Carmen fue quien acaparó el fervor de los patriotas.

El ascenso oficial de la Virgen del Carmen al primer lugar del culto mariano se inició con posterioridad a la batalla de Chacabuco (1817) de la mano de O’Higgins. El prócer, al igual que en el caso de San Martín, no registra antecedentes previos a la Independencia que atestigüen su especial devoción por ella. De hecho, la única pertenencia oficial que se le conoce es a la Hermandad de la Virgen de los Dolores, fundada por un grupo de criollos desterrado en la isla de Juan Fernández durante la reconquista y a la cual O’Higgins se integró cuando estos fueron liberados. Sin embargo, el fervor que la Virgen del Carmen despertaba en sus hombres lo llevó a transformarla en la protectora de la incipiente república. El 11 de febrero de 1817, pocas horas antes del enfrentamiento con los realistas en Chacabuco, O’Higgins, en un primer acto de autonomía respecto a los argentinos, reiteró el juramento realizado a la Virgen del Carmen en Mendoza pero proclamándola ahora Patrona y Generalísima de las Armas de Chile.

A partir de entonces la Virgen del Carmen estuvo presente en casi todos los actos de la naciente república que él encabezó, uniéndose la devoción religiosa con el sentimiento patriótico.

Con posterioridad a Chacabuco, la primera ceremonia oficial de celebración del Ejército de los Andes se realizó cuando éste hacía su ingreso a Santiago por la calle de la Cañadilla, que era en esa época el acceso norte de la capital. Las tropas se detuvieron frente a la iglesia de la Estampa Volada de Nuestra Señora del Carmen, realizándose un primer acto en honor a la Patrona del Ejército. En ese entonces, sólo habían siete parroquias en Santiago: El Sagrario, San Isidro, San Lázaro, Santa Ana, San Pablo, la Estampa y Ñuñoa. Cabe señalar que solo estas dos últimas estaban bajo una advocación mariana y ambas veneraban a la Virgen del Carmen. 

Para la primera celebración de la fiesta del Carmen del Chile independiente, el gobierno dispuso la realización de una serie de actos oficiales. La noche del 15 de julio hizo su estreno la bandera “de transición”, la cual fue conducida altar de la Virgen del Carmen de la iglesia de San Francisco para pasar la noche a los pies de su imagen, escoltada por soldados del Ejército de los Andes. Al amanecer del día siguiente, se dispararon 15 cañonazos en honor del nuevo emblema patrio ante la presencia de tropas chilenas y argentinas. Después de la misa fueron condecorados, en medio de la algarabía popular, los héroes de Chacabuco. 

En los meses siguientes coexistieron la bandera de la Patria Vieja, la de transición de 1817 y la argentina, que presidió al Ejército de los Andes. El 18 de octubre de 1817 fue sustituida la bandera de transición por el actual emblema patrio. Este, hizo su primera aparición pública en la iglesia de San Agustín de Concepción el 12 de noviembre de ese año, en la misma fecha que se realizaba en esta ciudad la procesión de la Virgen del Carmen.  

La nueva bandera había sido confeccionada en Concepción por las hermanas Pineda, quienes hicieron presente a las autoridades que no cobrarían por su trabajo en obsequio de la Patrona del Ejército y pusieron una estrella en la bandera tricolor, porque en las letanías a la Virgen se le invoca como “Stella Matutina” (estrella de la Mañana). Esa estrella representó por tanto a la Virgen del Carmen.

La promesa de O’Higgins

Desde principios de marzo de 1818 se vivía en el país gran expectación. La suerte de Chile estaba en juego con la llegada de la expedición de Mariano Osorio, lo que había provocado gran desazón.

La mañana del 14 de marzo Santiago amaneció con sus tiendas cerradas. Se estimaba, con acierto, que pronto se libraría la gran batalla que sellaría el destino de la independencia. Es en este contexto que las autoridades, encabezadas por Luis de la Cruz y el Obispo José Ignacio Cienfuegos, convocaron a los capitalinos a una misa en la Catedral para invocar la protección de la Virgen del Carmen. Fue en esta ocasión cuando todos los presentes en el templo ofrecieron erigir en el lugar en que se obtuviese la victoria definitiva, una iglesia en honor a la Patrona Jurada del Ejército. O’Higgins se encontraba en el sur combatiendo a los realistas, pero al llegar a la capital hizo suyo el voto del pueblo de Santiago. La Gaceta Ministerial en los días siguientes dejó constancia de dicha promesa al señalar, “en el mismo sitio donde se dé la batalla y se obtenga la victoria, se levantará un Santuario a la Virgen del Carmen, Patrona y Generala de los Ejércitos de Chile, y los cimientos serán colocados en el mismo lugar de su misericordia, que será el de su gloria”. 

Al ponerse el sol se dispararon salvas de artillería en la Plaza de Armas y ese mismo día en homenaje a la Virgen del Carmen se perdonó la vida de unos condenados a muerte. 

El triunfo patriota en los llanos de Maipú fue el día más glorioso de la historia patria. Con posterioridad a esta victoria, el cumplimiento de la promesa realizada a la Virgen en la Catedral por el pueblo de Santiago se convirtió en un imperativo para el gobierno. 

El 7 de mayo de 1818 O’Higgins dispuso, “no debe tardarse un momento el cumplimiento de esta sagrada promesa” y procedió a designar como superintendentes de la construcción del futuro templo a Juan Agustín Alcalde y a Agustín de Eyzaguirre, para que estos presentasen a la brevedad un plano y correspondiente presupuesto de las obras. También les encargó proponer la forma en que se debían financiar y organizar los trabajos recurriendo para esto a las corporaciones y vecinos.

El deseo de agradecer a la Virgen por la victoria obtenida se refleja claramente en algunas disposiciones gubernamentales. El 29 de octubre de 1818 se decretó que una de las fragatas que se construían en Estados Unidos se llamara María del Carmen de Maipú, “en agradecimiento a la singular protección con que ha favorecido a nuestras armas la serenísima Reina de los Ángeles, bajo el título del Carmelo”. Pocos días después, el 15 de noviembre del mismo año, O’Higgins y San Martín encabezaron la larga fila de autoridades y fieles que peregrinaron hasta el lugar de la batalla de Maipú para poner la primera piedra del templo que pensaban construir. Algunos fueron a caballo, en carretas o carruajes, pero gran parte de la muchedumbre hizo el camino a pie. Tres días después, se abrió una suscripción particular para la construcción del templo, y algún tiempo después se iniciaron las obras las que poco después serían interrumpidas. El mismo 1818 se estableció que la procesión del Carmen sería realizada cada año el tercer domingo de octubre, para conmemorar así la fecha en que Bernardo O’Higgins peregrinó a Maipú. 

Cuando se produjo en 1819, la reapertura del Instituto Nacional, el recuerdo de la promesa a la Virgen del Carmen estaba muy presente y por eso las autoridades decidieron que la ceremonia de inauguración debía hacerse el 16 de julio, a fin que la iniciativa educacional prosperara bajo sus auspicios de la Virgen del Carmen.

Durante el gobierno de O’Higgins la energía de los hombres de Estado fue consumida, entre otras obras, por la organización de la expedición libertadora del Perú,  el desarrollo de las incipientes fuerzas militares chilenas, el establecimiento de nuevas instituciones y la realización de numerosas e importantes obras públicas. La promesa del prócer de levantar un templo en honor a la Virgen del Carmen fue paulatinamente postergada. No lo sabía O’Higgins en ese entonces, pero el cumplimiento de su promesa sólo se concretaría 156 años más tarde.

En la década de 1870, cuando Benjamín Vicuña Mackenna escribía “La batalla de Maipú”, visitó el sitio histórico de la célebre batalla y pudo observar el abandono en que se encontraba el Templo de O’Higgins. Escribió en su libro refiriéndose a los miles de muertos que yacían en este lugar, “cuando la barreta del explorador de estos osarios (refiriéndose a él mismo) cavaba en la tierra con su propio brazo, venía a la superficie el polvo calcinado de los que murieron por un rey que no conocían y por una patria que les ha olvidado”. Implacable con los chilenos, señalaba, “otros pueblos habrían guardado y venerado esas cenizas sagradas, y concluido con premura las obras destinadas a su recuerdo… pero los chilenos son más prácticos que todo eso: sobre las faldas santas de Maipo han sembrado alfalfa, y de la iglesia votiva e inconclusa, si alguna vez le ponen cobertor de teja o de paja, harán los hacendados limítrofes un espacioso granero… Nosotros… solo querríamos que sobre los muros inconclusos del templo de Maipo una mano humilde escribiese esta leyenda de amargo reproche, pero de eterna y reparadora justicia, que algo siquiera enseñaría a nuestro orgullo: ‘Aquí, envuelto en su sudario de gloria, yace el patriotismo chileno’”.     

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