La ética o moral es un hecho. Todos los seres humanos, sin importar cuáles sean sus costumbres, realizan acciones que consideran buenas o malas moralmente. Más aún, sin importar su concepción antropológica o ética, todos buscan realizar acciones que los hagan buenas personas. Realidades cotidianas que todos vivimos, como el premio, el castigo, el remordimiento o el arrepentimiento, nos constatan la existencia en el orden humano de este tipo de acciones. Es posible que no haya un tema sobre el cual se discuta tanto como el de las materias morales. Las opiniones se enfrentan sin que parezca posible conciliarlas. Por todo ello es que en nuestros tiempos posmodernos suele afirmarse que la moral es del orden de la opinión. No hay lugar para certezas. Cuando se trata de ciencias empíricas o técnicas que tienen que ver con cosas objetivas, palpables, ahí sí es posible la certeza objetiva, allí sí es posible afirmar proposiciones verdaderas y rechazar con seguridad las falsas. Sin embargo, esto no ocurre en el ámbito de la moral, que de ningún modo puede ser considerada una ciencia. En ella todo es subjetivo, todo es opinable.
Pero eso dista mucho de ser verdadero. La moral no solo es un hecho empírico, sino que se puede reflexionar filosóficamente sobre el modo adecuado en que el ser humano puede obrar de un modo tal que pueda alcanzar la felicidad. No obstante, como pareciera más difícil afirmar el carácter científico (filosófico) que tiene la moral, tal vez resulta más conveniente, en esta oportunidad, dejar establecido al menos lo que no es la moral, de modo que se pueda luego establecer lo que es, con una base más sólida.
1.–En primer lugar, un error que es necesario descartar es el que está fundado sobre un cierto individualismo moderno o posmoderno. Nos referimos a aquel que sostiene que la moral depende de lo que piensa cada uno. Es el famoso “para ti” o “para mí”, el conocido “yo pienso que” o “yo creo que”. Este error está fundado en el agnosticismo moral que sostiene que en estas materias nada puede ser conocido con certeza y, por tanto, el conocimiento sobre el obrar humano en relación con su felicidad queda reducido a la opinión personal. Pero al haber opiniones contrarias entre sí, sucede que las cosas son buenas y no son buenas dependiendo del sujeto que lo esté considerando o de las circunstancias. Así, por ejemplo, para una persona puede ser bueno y conveniente aceptar coimas para enriquecerse y darle un mejor nivel de vida a su familia, y para otro, puede resultar inaceptable desde todo punto de vista. Afirmar que cada uno puede sostener esa opinión como correcta es suponer que todo es relativo, que no hay bondad absoluta. Este relativismo moral, aunque está muy extendido en nuestros días, no deja de ser una equivocación, dado que se funda en un error del orden especulativo: la negación del principio de no-contradicción. ¿Qué señala este principio? “Es imposible que lo mismo sea y no sea a la vez y en el mismo sentido”. Dicho más simplemente: todo lo que es, es y lo que no es, no es. Así, una cosa no puede ser buena y no buena a la vez y en el mismo sentido. Puede alguien ser vanidoso y estudiante a la vez,sin duda, pero alguien no puede ser y no ser vanidoso a la vez y en el mismo sentido. Afirmar esto es a todas luces violar un principio
fundamental de nuestra inteligencia, principio primero y, por tanto, evidente. De este modo, las cosas son y no son, lo cual es absurdo y contradictorio. Así, llevado al orden moral la negación de este principio, tenemos que quitar la vida a un niño inocente en el seno de su madre (aborto) es bueno y es malo a la vez, dependiendo de quien lo esté considerando. La dificultad está en llegar a conocer lo que son, en descifrar la bondad o maldad intrínseca de los actos, pero ese es otro problema, pero afirmar que en moral todo es relativo conduce a un completo escepticismo, que en el fondo nos conduce a pensar que da lo mismo lo que hacemos. Para salir de este error es preciso realizar un gran esfuerzo por conocer la verdad en el orden moral, pero no contentarse con la posición fácil del relativismo, que no es otra cosa que el capricho y el egoísmo personal.
2.–Un segundo error en materia moral es el que está fundado en el culturalismo o historicismo. Ambos errores están íntimamente ligados al relativismo. Según estas corrientes, la moral cambia según las personas, las culturas y las épocas. Esto aumenta la sensación de que la moral es inestable y provisional. Lo que es bueno y lo que es malo moralmente, se afirma, va cambiando con el tiempo y las culturas. Algunas cosas que para los griegos eran consideradas como buenas y nobles, hoy son consideradas malas y reprobables. La esclavitud suele ser un ejemplo que se esgrime a menudo: para los griegos era buena la esclavitud, para nosotros es mala. Y más aún, en un mismo momento histórico hay diversas culturas con preceptos morales diferentes. En nuestros días, por ejemplo, mientras se defiende en el mundo occidental la dignidad de la mujer, vemos que en otros lugares no se la considera. Es decir, para ellos no es malo conculcar los derechos de la mujer, porque para ellos no los tiene. Esta consideración no deja de ser un error, ya que es el mismo “para mí”, “para ti” del relativismo, pero aplicado al orden cultural. Y es que el culturalismo no es más que otra forma de relativismo. ¿No hay culturas que tienen por buenos los sacrificios humanos? ¿No hay sociedades que mantienen la esclavitud? ¿Los romanos no concedían al padre el derecho de exponer al hijo recién nacido? La moral no puede ser universal, dicen, depende del tiempo y de las culturas.
Quien afirme lo anterior desconoce que la moral no descansa en la ignorancia de estos hechos. Todo lo contrario, la reflexión racional sobre la cuestión de lo bueno y lo malo comenzó, precisamente, con el descubrimiento de esos hechos. En el siglo V a. C. eran ya ampliamente conocidos. Procedentes de viajes, corrían en Grecia noticias que contaban cosas fantásticas de las costumbres (ethos) de los pueblos vecinos. Pero los griegos no se contentaron con encontrar esas costumbres sencillamente absurdas, despreciables o primitivas, sino que los filósofos buscaron una medida o regla con la que medir las distintas maneras de vivir. Y a esa regla o medida la llamaron fisis o naturaleza. Así, la costumbre de las jóvenes escitas que se cortaban un pecho resultaba peor que su contraria. No diremos ahora cuáles actos están conformes a esa naturaleza, solo digamos que existe lo que podemos denominar con C.S Lewis “normas del comportamiento decente” que son obvias e iguales para todos los hombres. Que existan muchas culturas con diversas costumbres nada significa, más que hay diversas culturas con diversas costumbres. Porque sí quisiéramos, a partir de ello, afirmar que cada moral es válida en su cultura, ¿con qué derecho intentaríamos avanzar en la defensa de la dignidad humana? ¿Tienen dignidad las mujeres o solo las occidentales? ¿Qué pasa en las culturas que aún en nuestros días practican la ablación, por ejemplo? ¿Solo porque se practica en un determinado lugar basta para que no hagamos nada para detener semejante práctica o al menos, iluminar para que se vea el atentado atroz que eso supone para la mujer, para esas mujeres en concreto? La moral no puede depender de la cultura, porque no todas las culturas poseen costumbres que protejan la dignidad humana. Si fuera así, no deberíamos hacer nada para cambiar en la nuestra los aspectos en los que aún no está garantizado el respeto al ser humano. Para salir de este error es necesario considerar que el criterio no puede ser la propia cultura, sino la dignidad de la persona. Visto así, se aprecia enseguida cómo en realidad las diferencias entre las culturas son menos, mucho menos que las semejanzas, porque todas tienen en común el cultivo del ser humano. No existe cultura alguna que admire a los traidores o a los egoístas; lo mismo en relación al matrimonio: hay culturas que permiten el matrimonio con una, dos o más esposas, pero en todas es claro que no se puede estar con la mujer que a uno se le antoje. Dicho de otra manera, existe una ley natural común a todos los seres humanos en todos los tiempos y lugares. Otra cosa muy distinta es, que por diversas razones, no se conozca o no se quiera seguir dicha ley y por costumbre llegue a deformarse el sentido común en materias morales. Así, no puede afirmarse que la moral dependa de las culturas, ni de las épocas, sino que está inseparablemente unida a la naturaleza humana.
3.–Finalmente, otro error muy difundido con respecto a la moral en nuestros días es aquel que sostiene que la moral es algo que impide disfrutar de la vida. La moral sería un conjunto de principios que reprimen, que coartan la “libertad de uno de hacer lo que le gusta”. Aparece la moral ante quienes así opinan como un conjunto de prohibiciones, más que de principios. La respuesta a tal afirmación exige una larga reflexión, pero diremos aquí, siguiendo a C.S Lewis, que “las reglas morales son instrucciones para hacer funcionar la máquina humana”. Son como las claves para hacer un uso correcto de eso que llamamos “nuestro Yo”. Dicho de otro modo, es la manera de asegurarnos la felicidad. Sí encontráramos un mapa que nos indica el camino para encontrar un tesoro en una isla perdida, ¿lo seguiríamos al pie de la letra o no? La respuesta es, evidentemente, que lo seguiríamos, siempre y cuando lo que queramos sea encontrar el tesoro, pues bien, ese tesoro es la felicidad y el mapa para encontrarlo son las reglas morales que nos guían en el camino hacia nuestra perfección. Las reglas morales, en lugar de coartarnos la libertad, son las que aseguran su mejor uso. Ellas son las que nos aseguran el camino a la plenitud humana. ¿Podríamos afirmar que las leyes del tránsito nos coartan nuestra libertad de ir por donde se nos ocurra? O debemos afirmar, por el contrario, que son ellas las que nos garantizan llegar sanos y salvos a casa. Claramente es esto último, ya que precisamente aquellos que no logran llegar “sanos y salvos” a casa es debido, en la mayoría de los casos, a que alguien no quiso respetar las normas.
El orden moral, pese a ser tan cotidiano y tan cercano a nosotros, exige una reflexión y profundización al igual que el resto de saberes sobre la realidad. Mejor dicho, exige una mayor reflexión que el resto de saberes, porque está en juego nada menos que nuestra propia felicidad. En este sentido, debemos estar alertas a ciertas “ideas” que prevalecen en nuestros días y que pueden afectar la consideración del recto orden moral. Así, luego de lo visto, vemos que la moral no es algo que dependa de lo que cada uno piense o sienta, que no depende de la cultura o la historia y que, finalmente, no es algo que coarte la libertad, sino que la garantiza. Con estos principios, puede uno adecuadamente, enfrentar la reflexión sobre qué es el bien y qué el mal. Pero dejaremos este desafío para otra oportunidad. No seguirlas ir contra nuestro propio bien.