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Petra: La Calma del Desierto

Petra, magnífica ruina de una ciudad romana, que combina arquitectura helénica con nabatea. Se aparece entre las rocas, impactando al observador y es, sin duda, la joya del desierto de Wadi Rum.

Mapa de Petra 1912. Libro de Viajes de Karl Baedeker, 5ta Edición

Cuando uno escucha el nombre Medio Oriente muchas opiniones e ideas vienen a la mente, especialmente la palabra conflicto es la que más resuena en nuestros oídos. Además, muchas veces cuando nos informamos ya sea a través de la prensa escrita o la visual encontraremos alguna noticia referida al tema del conflicto. También es justo decir que en la última década la zona lleva un estigma bajo los ataques y milicias terroristas en el lado musulmán. Connotación que ha sido designada por los ojos occidentales, pero que finalmente es una sola mirada y no un enfoque completo de toda una tradición.

Los países árabes no pueden llevar la tilde de belicosos y terroristas,  sino que me atrevería a decir que la verdadera palabra que los define es es misterio y riqueza, en elementos ocultos a las mentes de occidente, los cuales se presentan como una belleza y una atracción preciosa. Medio Oriente árabe es un tesoro fecundo de riquezas en todo ámbito de la expresión humana, desconocido a muchos de nosotros. A que se debe la reflexión, se debe a una experiencia netamente personal. Hace aproximadamente un mes atrás tuve la suerte de viajar a la zona por motivos de vacaciones, mi expectativa era tremenda porque sabía que iba a una tierra virgen para mis ojos y espíritu.

Aterricé en el aeropuerto “Queen Alia” en Amman, Jordania. Desde que inicié el trayecto al hogar de mis padres quienes se encuentran allá por trabajo, sabía que estaba lejos de casa y que me encontraba en una zona donde muchas miradas han sido puestas. Lo más llamativo en ese camino fue ver carteles que indicaban salidas hacia la frontera con Arabia Saudita camino que también llevaba a Yemen y otra salida que llevaba a la frontera con Irak. Sólo horas te separaban de lugares que siempre escuchas y que nunca piensas que estarás tan cerca de ellos. La emoción de aventura estaba siempre presente.

Pero mis planes no contemplaban esos dos países, mi idea era conocer el país jordano y su actual apuntada maravilla del mundo; Petra. Todo el pueblo de Jordania se enorgullece de su “piedra” y uno podía ver en todas partes publicidad para visitar la ciudad, lo cual creaba una tremenda expectativa para ir de inmediato. Pero los jordanos tienen muchos más encantos en su tierra, poseen uno de los desiertos más místicos y maravillosos de la tierra; el desierto de Wadi Rum.
Desde la perspectiva de la historia Wadi Rum fue lugar de planificación de Lawrence de Arabia durante la primera guerra mundial para llevar sus ataques en contra del Imperio Otomano. Por lo tanto, los dos lugares me aparecían lugares atractivos para conocer, además, Wadi Rum era accesible después de la visita a Petra.

Inicié mi viaje a Petra junto a un joven jordano, temprano una mañana, para descubrir una de las nuevas siete maravillas del mundo. El precio de entrada a Petra son 21 dinares jordanos, los cuales equivalen a 30 dólares. Uno empieza la odisea a través de “As-Siq”, que es la entrada principal. Esta se asimila a una tremenda garganta con unos acantilados de unos ochenta metros de altura y un recorrido de unos 1.200 metros. Las formaciones geológicas con las cuales uno se encuentra son impresionantes, rocas de color rojo, canales de agua y embalses. Aspectos que están constantemente bajo la mirada de la cámara fotográfica.

Después de la asombrosa caminata uno se encuentra con la principal atracción del lugar, que, tímidamente, se asoma al final del trayecto: Al-Khazneh. Este potente monumento se presenta ante la mirada humana como una verdadera maravilla de la arquitectura. Es una mezcla entre la arquitectura helena y la nabatea. Uno podría escribir un sin fin de características de este monumento histórico, pero las palabras serían demasiado subjetivas. Sólo se puede decir que al encontrarse con ella uno queda impactado por su belleza. Pero Petra no es sólo este tremendo y hermoso monumento, sino que ofrece muchas atracciones arquitectónicas; un odeón romano, tumbas reales, una calle columnada y muchos templos. Es injusto dedicarle un par de horas a esta nueva maravilla del mundo, pero sí creo que es posible encantarse y dejarse llevar por su belleza e historia. Sinceramente los jordanos se merecían poner su nombre en la historia del mundo con este nuevo nombramiento de las siete maravillas.

Desierto de Wadi Rum

Después de la agotadora, pero maravillosa experiencia en Petra, era el turno del inmenso desierto de Wadi Rum. Llegué ahí la misma tarde y ya me sentía pequeño ante la grandeza del desierto. Fui acompañado nuevamente por el chofer y un guía beduino de la zona. Nos encaminamos en una camioneta a explorar las dunas rojas marcadas por el cálido viento del verano jordano. La soledad se sentía y uno se encontraba dentro de una de las más bellas creaciones que sólo pueden ser atribuidas a la divinidad, ya que ningún hecho azaroso puede haber sido el artista de la bella pintura que estaba frente mis ojos. Este paisaje rojo que me rodeaba fue hecho inteligente para ser contemplado.

Es en la inmensidad del desierto jordano donde más solo me he sentido, pero fue una soledad llena de alegría y meditación. El desierto otorga eso, invita al autoconocimiento y a la meditación profunda. Te muestra que estás alejado de toda distracción y te ofrece la oportunidad de encontrarte. No detallaré todo lo que pasó por mi mente en esa tarde mientras me maravillaba por la puesta de sol más bella que mis ojos han visto, pero si se me permite hacer una pequeña analogía, lo que sentí en ese momento fue lo que sintió el Principito de Antoine de Saint-Exupéry, fui capaz de revivir el encuentro que tuvo con el zorro y darme cuenta de la importancia de la rosa que nos presenta el autor francés.

El desierto permite eso, la profunda reflexión y también la exposición de los sentimientos más profundos del alma. Además, ante tal belleza es imposible no mostrar agradecimiento de lo que uno realmente lleva dentro de sí. Al descender del cerro en el que me encontraba contemplando la puesta del sol, fui trasladado a una carpa beduina en la mitad del pleno desierto. Allí fui recibido por un joven llamado Fadi, que tenía veinte años y llevaba cinco años viviendo por su cuenta en el desierto. Como es de costumbre me ofreció el auténtico té beduino y gocé de una noche de música árabe y beduina, bajo las millones de estrellas que se reflejan en nuestro cielo, rodeado del calor de una fogata y la buena voluntad de los jóvenes beduinos.

Después de conocernos un poco y disfrutar de una auténtica comida beduina, llegó la hora de descansar y el desierto me tenía una sorpresa más; el silencio de la noche. Nunca en mi vida había experimentado ese silencio que entraba en lo más hondo de mis oídos y hacía darme cuenta que estaba aislado, lejos de mi tierra y en un lugar donde no habían preocupaciones y problemas, sino que había paz. Fue en ese momento que me di cuenta de la mística del desierto y de medio oriente. Tantas cosas peyorativas se escuchan o dicen sobre esta zona, tantas cosas se dicen sobre la cultura y las personas, pero nada se dice sobre la tierra que compone a este lugar, está tierra roja y cálida llamada desierto es donde se encuentra el tesoro del mundo árabe, es en esta arena que cada vez se renueva y se ve virgen a través de la tierna brisa del viento es donde uno encuentra y siente paz en medio oriente.

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