La “Cappella Sistina”, construida por el Papa Sisto IV entre los años 1475 y 1481 en pleno inicio del Renacimiento, es la Capilla privada oficial de los Pontífices, en la que se realizan los Cónclaves. Sus dimensiones son 40.50 metros de largo por 13.20 metros de ancho y una altura de 20.70 metros. Los frescos de la Bóveda son obra de Michelangelo Buonarroti pintados entre los años 1508 y 1512, por encargo del Papa Giulio II.
En este artículo me referiré específicamente a la restauración de la Bóveda de la Capilla, la que ha generado una serie de mitos y controversias. Entre los años 1987 y 1990, por razones académicas vivía en Roma, y tuve la oportunidad de conocer al Arquitecto autor de la obra, como también, invitado por él, a visitarla “en curso”, instancia que me permitió descifrar sus secretos.
En primer lugar, la obra fue restaurada por un equipo de expertos italianos y los japoneses, a diferencia de lo que pensaban algunos, sólo la financiaron. Por otra parte, los hermosos y llamativos colores, que algunos juzgaron como demasiado intensos, aparecidos luego de la intervención, no son más que parte de la gama cromática propia y característica de la pintura de frescos del Renacimiento Italiano “il Cinquecento”.
La restauración desde sus inicios tuvo que superar una serie de problemas y requerimientos. De partida la obra que duraría varios años no debía impedir que la Capilla siguiese siendo visitada regularmente por el público y esto se logró de forma magistral inventando un “laboratorio móvil motorizado”, que recorría “flotando en las alturas” la totalidad de la Bóveda, a la distancia adecuada de los frescos. A ellos se accedía por un ascensor que conectaba el pavimento con un “muelle” de embarque al laboratorio, que poseía todo el equipamiento técnico para manejarlo por control remoto. El dilema era dónde fijar los “rieles de tren” por donde circularía el laboratorio, problema principal que fue resuelto sabiamente por Michelangelo, sí, el Maestro intuyendo que su obra debería ser restaurada en el futuro, no eliminó los anclajes metálicos originales que sostuvieron sus andamios, los que durante casi 500 años permanecieron ocultos detrás de las cornisas de la Capilla.
Por lo tanto sin ningún sacrificio al edificio, los rieles se fijaron a los soportes originales. La restauración se basó esencialmente en un profundo “trabajo de limpieza”, de una dañina estratificación patológica principalmente de depósitos carbonosos, suciedad de diversas procedencias, barnices basados en aceites animales y una serie de intervenciones pictóricas de pseudo restauraciones poco afortunadas e invasivas. Esta superposición de estratos, no sólo dañaban la película pictórica original, en el plano químico, físico, biótico, sino que también creaba “una suerte de lente”, que distorsionaba radicalmente la gama cromática y los colores y formas de los frescos de la Bóveda, que durante siglos los espectadores creían los originales. Luego de esta operación medular que tardó varios años, se generaron algunas reintegraciones de “lagunas”, o sea zonas donde la pintura había desaparecido en su totalidad o parcialmente, y finalmente se aplicaron sobre la superficie pictórica de la Bóveda, una serie de sustancias químicas inocuas que protegerán la obra de todos los agentes patógenos externos, garantizando la conservación de éste relevante y único monumento para ser apreciado por la posteridad.